Abrazando la desembocadura del Love River, en la ciudad portuaria de Kaohsiung —al sur de la isla de Taiwán—, se está finalizando durante este extraño año 2020 la construcción del Kaohsiung Music Center: una “ciudad del pop” que pretende nutrir y apoyar a los talentos del panorama nacional y funcionar como un importante nodo en la creación de redes dentro de la industria musical.
Allá por 2011, el equipo encabezado por el madrileño Manuel Monteserín consiguió la difícil hazaña de ganar el “concurso tan grande y exigente” del Kaohsiung Music Center. Lo hicieron con una propuesta porosa y adaptable que genera “un paisaje de arquitecturas heterogéneas”.
Estas incluyen dos auditorios –uno exterior para 12.000 personas y otro interior para 3500–, seis live houses, cinco restaurantes, un centro de exposiciones y dos torres con una oferta mixta de oficinas, museo y salas de ensayo. Un conjunto de parques —con más de mil árboles—, paseos y pasarelas elevadas entretejen toda la intervención a lo largo de la bahía, atándola a la urbe.
En su enorme extensión —88.000 m2 edificados— y complejidad, los autores remataban el proyecto con sistemas naturales de purificación y reciclaje de aguas, soluciones de cubierta vegetal en forma de jardines productivos en altura, prototipos de gadgets acuáticos, mobiliarios urbanos interactivos y un estudiado plan de estrategias pasivas de control climático. Y entre todas estas preocupaciones tremendamente contemporáneas, uno aún puede entrever la plasticidad de Archigram en los años 60. O el trazo fluido de Carme Pinós y Enric Miralles durante los 80, capaz de transgredir los límites del solar, cosiendo la arquitectura al entorno en el que se inserta, como en su inolvidable Cementerio de Igualada.
Entre aquel planteamiento con el que el estudio de Monteserín ganó el concurso y la materialización final del Kaohsiung Music Center ha transcurrido una década. Pero, sobre todo, se han sucedido una serie de vicisitudes que escapaban a la supervisión de los madrileños y que se han llevado por delante algunas de las ideas de ese fantástico y complicado —en el mejor sentido del término— ejercicio urbanístico.
Un duro golpe de realidad —que también fue un aprendizaje— del que lograron reponerse con gran esfuerzo para mantener una mínima autoridad durante la fase de obra, “cosa que a veces ha resultado imposible”. A pesar de todo lo acontecido, Manuel Monteserín mira al ahora erigido centro de música y se queda con lo bueno: haber conseguido construir nuevos espacios públicos “que formen parte del día a día de la vida de los habitantes de la ciudad”.
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