La artista coreana Lee Bul reunió parte de sus piezas más conocidas en forma de retrospectiva y bajo el título Crash en el Gropius Bau de Berlín.

No hay tema más contemporáneo que el de pensar en el futuro. Y cuando digo contemporáneo me refiero al hecho de que sea coetáneo a todas las épocas históricas. El pensamiento de la utilidad de la vida, del aprovechamiento máximo del tiempo. Los faraones egipcios ordenaban la construcción de su propia tumba automáticamente después de alcanzar el poder. Construían espacios de ensueño en los que se aseguraban un futuro próspero y superior al terrenal. ¿Pero esa proyección era real o podría calificarse como ficción?

Será por la incontable cantidad de información de la que disponemos actualmente, que la determinación acerca de qué es real y qué no se torna muy complicada: lo virtual, las teorías científicas o las relaciones interpersonales. No hay manera de frenar lo híbrido o lo alternativo. Un ejemplo de lo que acabo de decir podría encontrarse en la sinopsis de la película Her, donde un escritor —interpretado por Joaquin Phoenix— desarrolla una relación amorosa con el sistema operativo de su ordenador, una intuitiva voz de mujer llamada Samantha. La cuestión es que la realidad es diferente para cada uno de nosotros y, aun así, todos tenemos una tendencia a proyectar el devenir de la misma manera.

La materialización del futuro idílico por Lee Bul
Lee Bul ha utilizado este tema como espina dorsal a lo largo de gran parte de su obra: pensar en el futuro desde el presente. Evidentemente, el patrón de los egipcios se repite a día de hoy, con el agravante de que el futuro aparece por el horizonte cada vez más veloz e inmediato. Las novedades se suceden unas a otras de manera casi automática, y las ficciones que en un principio parecen utópicas e inviables, se materializan en tiempo récord. Pareciera que, en vez de ir hacia delante, la humanidad estuviera quieta y fuera el tiempo el que avanzara en su dirección.

En más de una entrevista se ha podido leer la fascinación de la coreana por la similitud entre los sueños del mañana, pues según dice, los humanos “no somos un proyecto acabado”. Si la manera en que proyectamos nuestro futuro nos define, debemos partir entonces del hecho de que pensamos en futuros dinámicos y magnos, en los que aguarda el triunfo seguro: un estudiante no partirá de la idea de que va a fracasar en su carrera, sino que lo hará desde la imagen del éxito. El éxito como motor, como fe o como motivación.


La obra más reciente de Bul recoge –a partir de la abstracción– formas que encarnan este pensamiento primermundista: esculturas con forma de lámparas de araña caen suspendidas del techo (After Bruno Taut. Devotion to Drift, 2013). Abalorios de cristal, cadenas y espejos se muestran flotando en el espacio, explicando a quien mira cuán oscura puede ser esa fijación por la abundancia y lo próspero. Castillos en el aire que cuelgan por encima de las cabezas dejándose observar, brillantes y pesados. Un conjunto de escenarios lujosos que resultan tan imposibles como atractivos. Elementos mágicos que cambian según el imaginario del lugar en que se exponga, pudiendo ser capaces de tomar la forma de un aeropuerto fantasma o de un programa de televisión.

En Willing To Be Vulnerable (2015–16), Lee rescata de nuevo la perfecta perfección para hacerla protagonista de una instalación con temática circense. Toda esa reunión de elementos dignos de un espectáculo se encuentra repartida en una fábrica, espacio en el que se industrializan o manipulan elementos a partir de una materia prima natural. Puesto que no hay cabida para lo vulnerable, la artista se sirve del arte para ridiculizar ese proceso de comportamiento antropológico artificial, en el que toda situación innecesaria y regida por la apariencia resulta ser, en definitiva, superflua.

La escultura como reunión de referencias
Es evidente que la tendencia a la escultura en la producción de esta artista coreana se debe, además de a haberse licenciado en la disciplina, a Bruno Taut y sus estructuras estelares. El resultado de su influencia es una colección de objetos fruto de la intervención de la tecnología en la naturaleza: hijos mestizos con forma de dibujos arquitectónicos o maquetas. Pero cuando le preguntan a Bul sobre el origen de su interés por la arquitectura, suele contestar algo más parecido a que su apego se debe a su estrecha relación con la vida humana, con la sociedad o con el sueño humano de la modernidad. En otras ocasiones dice que dentro del entorno de la arquitectura siempre se está pensando en cómo hacer algo mejor o más perfecto, y la forma más rápida de que eso suceda es esbozando un paisaje en el que todo está conectado. Por tanto, las series, las instalaciones y las colecciones son presentadas como sus paisajes.

Retrocediendo en el tiempo, y alrededor de los 90, cobra una especial relevancia la fusión de naturaleza y tecnología de la que venimos hablando. Sus esculturas cíborgs femeninas (Cyborg W1-W4, 1998) se inspiraban en elementos de la escultura clásica, la ciencia ficción y la imaginación popular. El erotismo de la mujer se ve asaltado por lo metálico de la máquina, y la supuesta sensibilidad a la que se le asocia por tradición se reinterpreta con la estética reforzada y hermética. No es solo una escultura; es una escultura que lleva consigo una reformulación de los estereotipos de raza y género.

El cíborg pasa a convertirse en una figura contradictoria: trasciende el cuerpo manteniendo sus cargas sociales más problemáticas. Pero también trasciende el tiempo: no presenta rasgos de edad, así como tampoco está enmarcado en un periodo concreto. O eso parece, pues si uno pierde el tiempo navegando por la web, podrá encontrar algún que otro comentario afirmando que el cíborg de Lee Bul es una materialización de su adolescencia, sostenida por sus propios deseos del pasado: cómics, manga y música rock.

Un juego de crítica
Digamos que la reinterpretación y, por consiguiente, la subversión de lo preestablecido, es una de sus acciones más características. Frente a la limitada libertad de expresión con la que creció, Bul se las ingeniará para evidenciar sus inconformidades oscilando entre lo sutil y lo transgresor. Tomando como punto de partida el propio cuerpo, alcanzará a posicionarse con respecto a los ideales del físico femenino (Cravings, 1989), a la fertilidad y, sobre todo, al aborto (Abortion,1989). Esta última performance planteará una muestra cruda de la realidad en una Corea en la que el aborto es ilegal: la presentación de una joven Bul desnuda y colgada de unas cuerdas al tiempo que se narra a viva voz su agonía física. Un dolor de mujer que va a conseguir sacudir las conciencias de las mentes más pasivas del emplazamiento asiático.

Si hay algo infinitamente más bello que la comprensión de una obra, es la comprensión de varias de ellas como conjunto. Sucede que muchos artistas fijan su atención en un elemento a lo largo de toda su carrera, y deciden variar su metodología de representación, por lo que es fácil agrupar su obra: basta con prestar atención a la temática. Por el contrario, en otras ocasiones los creadores saltan de tema en tema como abeja en flor, pero mantienen el modo en que materializan el resultado de su reflexión. Y luego está Lee Bul, quien hace ambas cosas. La antropología, el futuro, el género femenino y la subversión de lo establecido se entremezclan a lo largo de 30 años de producción atravesando un filtro de ciencia ficción. Con él, la artista se va a tomar la licencia de impregnar todo aquello que toque con su marca propia. Lee Bul es, en realidad, la materialización en persona del pensamiento contemporáneo.