La descripción que el estudio japonés Aoyagi Design ofrece de su casa en Zenpukuji lleva casi inevitablemente a la evocación mental y sentimental que Rainer Maria Rilke ofrecía en Los apuntes de Malte Laurids Brigge de su hogar en la infancia: no era la imagen articulada de un espacio compacto ni de un edificio, sino la sensación interior de una entidad fundida y repartida, desparramada en el territorio del recuerdo.
Casa en Zenpukuji de Aoyagi Design. Sin inicio ni final
En esta ocasión se produce un caso tal vez similar: el proceso de diseño no se basó en articular una estructura general, clara y robusta. En Aoyagi Design trabajaron desde el tratamiento de diferentes parámetros: la disposición de los usos de cada estancia, la relación con el entorno circundante y el manejo de todas las discrepancias que surgieron durante el largo periodo que llevó configurar la casa. Por ese motivo, no existe un claro punto de inicio en el flujo circulatorio a través del que se recorre.
Así es la arquitectura doméstica japonesa
Como suele ser característico de la arquitectura doméstica japonesa, esta vivienda debe su particular singularidad a la necesidad de resolver restricciones debidas a la escasez de terreno edificable disponible. Para erigirla a las afueras de Tokio —para ellos y sus hijos—, Hajime y Ayaka Aoyagi disponían de una parcela de 50 m² dentro de la que, únicamente, estaban autorizados a construir la mitad. Este condicionamiento llevó a definir una estructura en forma de torre, integrada por dos pisos subterráneos y dos en alza unidos por una escalera, completándose con un pequeño vacío situado en la esquina de cada uno que permite la entrada de luz y aire.
Otro factor inicialmente adverso en este ejemplo de arquitectura doméstica japonesa era el hecho de que únicamente dispondría de vistas abiertas en uno de sus frentes, algo que se ha resuelto elevando la planta baja respecto al nivel de la calle en el lado este. Así, transmite una cierta impresión de encontrarse flotando y extiende al exterior el alcance de las vistas que los habitantes tienen dentro de su hogar. Este elemento altera, sin distorsionar, la integridad del edificio, al que se accede por una pequeña entrada intermedia, situada entre pisos subterráneos y en altura y que contrasta con el volumen principal por su tonalidad y geometría.
El particular proceso de diseño derivó en algunas incoherencias entre los niveles de entrada y de planta; además de una relativa diferencia de escala que crea un desequilibro entre las habitaciones y el equipamiento residencial, que permanece como suspendido. Un estado del que, de manera algo críptica, dicen: “Ofrece a nuestra familia repetición no solo para acoger el pasado y el presente, sino también, y con la misma neutralidad, el futuro.” Algo que tal vez lleva a esa idea de Rilke: la casa como entidad extendida en un espacio subjetivo.