Las ideas propuestas a concurso en su fase de concepto son incontestables. Christen Sveaas, fundador del parque de escultura al aire libre Kistefos, quería un edificio para aumentar el espacio expositivo a cubierto en este museo industrial y de arte contemporáneo, situado en la antigua localización boscosa de un molino de pulpa de papel propiedad de su familia. A Bjarke Ingels Group se le ocurrió algo mejor: darle una vuelta con un doble twist. Primero, situarlo sobre el río Randselva. Segundo, girar la estructura.
Las consecuencias son inmediatas: gana el certamen internacional. El recorrido por el parque se convierte en circular y ya se puede ver la colección privada de Sveaas de una manera más sencilla, en un paseo continuo que atraviesa el nuevo puente-museo sin que haya que deshacer el camino. Retorcer el puente proporciona dos ventajas. Una, funcional: los puntos de apoyo de cada extremo quedan a distintas alturas y salvan el desnivel de los terrenos en las lindes del río. La otra es esencialmente escultural: se convierte en la pieza más grande de la colección, compuesta —entre otras— por obras de Olafur Eliasson, Fernando Botero, Tony Cragg, Shintaro Miyake, Claes Oldenburg / Coosje van Bruggen, John Gerrard, Anish Kapoor y Marc Quinn.
Hay distintos momentos en la concreción de este proyecto de Bjarke Ingels. Todos buenos. Inicialmente era más etéreo, ligero, casi transparente, potenciado con una maqueta en la que todo estaba pintado de blanco, de modo que se asemejaba a un árbol caído sobre el río. Después pasa a otra etapa sublime: la construcción es una U donde la parte abierta se cubre con vidrio. Con el giro estructural, ese vidrio pasa de mirador sobre el río a entrada de luz cenital. Pero entonces algo sucede. Todas las imágenes bucólicas y luego simbólicas que hemos ido viendo desde el 2014 se materializan, pero raro, mal. Han dado una nueva vuelta. Varias.
Ya he comentado que los 90⁰ de rotación en su centro salvaban el desnivel entre las orillas, y los visitantes caminarían por una rampa interior. Pero esta propuesta de Bjarke Ingels se ha convertido en un plano horizontal y, finalmente, hay una plataforma exterior con escaleritas. Repentinamente aparecen diagonales en las cerchas; adiós limpieza. Bofetada de realidad tal vez. Lo que en origen era ligereza y elegancia ha dado paso a un edificio pesado, fuera de escala, mal resuelto constructivamente en los detalles y torpe en lo grueso.