Rubén Valdez ha diseñado un recinto sagrado no confesional en medio del desierto del noroeste de México. Una mínima intervención arquitectónica que acota y activa el paisaje sin apenas alterarlo.
Arquitectura sagrada en forma de círculo
A medio camino entre la arquitectura, el paisajismo y el land art, este anillo de hormigón se erige como un episodio integrado en la dinámica natural del desierto de Baja California Sur, en Todos Santos (México). La propuesta de Rubén Valdez —arquitecto y artista mexicano establecido en Lausana— ha sido la de generar un recinto de meditación y recogimiento, una suerte de capilla no confesional que se vale de la carga simbólica asociada al círculo.

Para entenderlo mejor conviene saber que es un encargo y una extensión —por así decir— del Hotel Paradero, proyectado en las inmediaciones por Valdez en colaboración con Yashar Yektajo. Una finca donde se interviene directamente el paisaje desértico, plantando especies endémicas de la zona para deparar a sus huéspedes una experiencia concentrada y respetuosa del lugar. Además, las habitaciones están concebidas como accidentes arquitectónicos, construidas en el mismo hormigón de tonos terrosos empleado en la capilla.

Una capilla para sentir el desierto
Los muros del templo se hallan semienterrados en el terreno, interrumpiendo amablemente la geometría de los surcos vecinos; mientras que el pavimento es la propia tierra apisonada para acentuar la continuidad. El acceso se realiza a través de una doble rampa que recibe al visitante en el exterior y que, al llegar al círculo, gira 90º a la izquierda por un breve corredor cubierto, para adentrarse por un umbral desplazado 45º respecto al primer tramo. Con ello se establece un episodio de introspección, un hiato entre el desierto a la intemperie y el desierto simbólico del interior, de nuevo a cielo abierto. Un recurso que Valdez parece tomar prestado de los jardines y espacios sagrados japoneses.

Dentro, se dispone un eje este-oeste entre la entrada y una abertura semicircular en lo alto de la pared, que enmarca un fragmento de la vecina sierra de la Laguna. Debajo, un espejo de obsidiana —que en las culturas prehispánicas posee un valor ritual— nos devuelve nuestra imagen. Este hecho, junto al transcurrir de las luces y los ritmos del día a lo largo del eje, reúne toda la narrativa del enclave: estamos en el desierto, pero también en conexión simbólica con el universo y con nosotros mismos.

Sometidos al discurrir de la naturaleza y de los fenómenos atmosféricos, también aquí estamos sumidos en la anestesia de toda tensión direccional o espacial gracias a la forma circular. Una pequeña lección de cuánto puede hacer la arquitectura con apenas nada en casi todos los sentidos.

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