Las grandes ciudades han cambiado su pulso para palpitar al son de cafés de especialidad y panaderías de fermentación lenta. Y Madrid no es la excepción, por eso el último proyecto del estudio Burr ha sumado un nuevo espacio para la miga y el grano de calidad: el cuarto local de AMASA.
AMASA: pan para frenar en seco
Si cada época tiene sus monumentos, ¿serán los cafés de especialidad las nuevas catedrales del siglo XXI? Al fin y al cabo, estos lugares suponen un punto de inflexión frente a la velocidad y el consumo rápido de las grandes ciudades, hasta el momento supeditadas al yugo de franquicias y cadenas sin mucha personalidad. La proliferación de estos nuevos enclaves está consiguiendo convertir lo efímero en una experiencia algo más prolongada, y eso mismo ocurre en AMASA: una nueva panadería en la calle madrileña de Santa Isabel donde los bollos de masa madre se exhiben como un altar laico.

El local supone una nueva incursión de Proyectos Conscientes, el sello que está detrás de restaurantes como TRAMO o MO de Movimiento. Por eso se mantiene una estela estética que armoniza con estos dos enclaves, posicionando lo rudimentario y lo moderno al mismo nivel. Y detrás de este diseño se encuentra estudio Burr, que ha trasladado el característico cromatismo y carácter industrial de sus intervenciones a todo el interior. Lo que importa en AMASA no son tanto los acabados como la posibilidad de que los propios materiales hablen de procesos: “Partimos de la premisa de rehabilitar lo que ya existía y recuperar materiales, en un entorno del Madrid histórico como la calle Santa Isabel”, comentan desde Burr.


Burr proyecta una panadería artesanal y minimal
AMASA se presenta como una caja cruda, cuya configuración oscila entre los talleres artesanales y la galería de arte. Esta concepción se desarrolla en “cuatro zonas diferenciadas por cuatro piezas de mobiliario formalmente dispares”, continúa Burr. Islotes temáticos y geométricos —mostrador para café, área de caja, expositor de pan y zona de tienda con productos locales— que logran trazar una circulación libre por la sala, unificando la estética con cierto toque minimal.


Fermentaciones largas, harinas ecológicas y alimentos tradicionales son la base de un repertorio que incluye hogazas, brioches, café y bollería de temporada. Y los muebles donde reposan —en acero inoxidable y madera— se expanden sin invadir, con una apariencia robusta y lúdica por los toques amarillos en sus botones. Un contraste colorido que se replica en las luminarias colgantes. Las vigas en el techo o las columnas de hierro respetan las particularidades primigenias del edificio, mientras que una gran cortina —que recorre el largo del perímetro— envuelve todo el conjunto sin barreras: tamiza la luz, aporta una textura fluida y genera una espectacularidad misteriosa.


La estrategia de construcción en seco que ha puesto en práctica Burr minimiza los residuos y mantiene el interior y el escaparte en su estado previo. El equipo madrileño no ha cambiado la apariencia de la librería que se afincaba en este mismo sitio, sino que ha apostado por mantener sus recursos más valiosos. “Diseñamos un sistema constructivo industrializado estándar que se puede realizar en un taller e instalar en un único día. Además, se puede adaptar a espacios cargados de historia como este local que, anteriormente, ocupaba una librería”, relatan. Esto hace de AMASA una panadería en constante ensayo: una intervención casi arqueológica que celebra la memoria y, por supuesto, la buena masa.

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