De Jessica Lange todos conocemos su trabajo interpretativo en películas como King Kong o El cartero siempre llama dos veces. Como fotógrafa, no tantos habrán visto su obra siempre en riguroso blanco y negro. Durante la conversación que mantuvimos con ella, Lange remontó este interés a su juventud, aunque no comenzó a fotografiar de forma más rigurosa hasta la década de los noventa. Fue en esa época, con su recién estrenada Leica M6, cuando se sumergió enteramente en este ámbito. A partir de ahí, inició su peregrinaje artístico hasta llegar al reconocimiento actual. Sobre todo desde que Patti Smith, amiga y adicta a la polaroid, vio sus imágenes. Publicaciones y exposiciones se fueron sucediendo desde entonces en Nueva York y Los Ángeles, y de ahí, al mundo.
¿Qué descubrieron Patti Smith o los editores y galeristas que apuestan hoy por esta mujer oscarizada? Podríamos hablar de los propios intereses creativos de Jessica, de su deseo de captar la sencillez o el lirismo que todo momento, por muy banal que sea, puede desprender. O podríamos insistir en el hecho de que Lange haya fijado su mirada en los extramuros de lo hollywoodiense. Porque en sus instantáneas no vamos a encontrar absolutamente nada del universo dorado, desmesurado y glamuroso del que ella misma forma parte en su faceta de actriz. “Busco exactamente lo contrario. No me gusta ni el glamour, ni este contexto con el que muchas veces se nos relaciona. Necesito la simplicidad, la cotidianidad… He fotografiado en distintos países, pero siempre vuelvo a México”. Y es esa periferia de Estados Unidos la que se ha convertido en su referente narrativo. De hecho, las setenta y ocho imágenes de Unseen, la muestra que se puede ver en el centro Niemeyer en Avilés desde el 9 de septiembre, hacen un recorrido visual por ese país latinoamericano que durante los últimos veinte años ha estado en el objetivo de Lange.
Analizando su carrera, y como también nos corroboró Anne Morin (directora de Dichroma Photography y productora de la itinerancia internacional de la exposición), la obra de Jessica Lange se divide claramente en dos grupos. Por una parte, las fotografías realizadas fuera de México: propuestas donde, según Morin, encontramos “el manifiesto del Instante Decisivo de Henri Cartier-Bresson”. Y por otra, las tomadas en sus estancias en México. Un territorio donde Jessica deja de ser una espectadora distante para involucrarse en los momentos fotografiados. “La anécdota se hace historia, tiene continuidad, narración, es una película”, nos decía Anne. Imágenes densas, en las que el grano del negativo es más evidente y donde la luz es trabajada con mayores contrastes. Se trata de obras más cinematográficas en las que quedan claros los conocimientos de su autora en esta disciplina audiovisual. Algo que Lange nos explicaba igualmente: “Treinta y cinco años de experiencia en el mundo del cine condicionan definitivamente mi manera de mirar. Lo veo en mi interés por la luz, por la densidad del drama o por la narración. Mi modo de ocupar el espacio cuando fotografío es parecido al de ocupar un escenario, la interacción con el otro”. Defensora de la fotografía analógica, no puede eludir “la dimensión mágica del proceso fotográfico, la relación con el tiempo o la fascinación que me supone revelar mis imágenes”. Un planteamiento que choca con el mundo digital al que define como “una herramienta que solo produce una sucesión de códigos tan invasivo que, en cierta medida, reemplaza a la propia realidad y nos condena a un efecto de saturación. A la ceguera”. Sin duda, un discurso que no solo no compartimos, sino que nos parece totalmente discutible. Pero eso será en otra entrevista. Hoy hay algo en lo que estamos claramente de acuerdo. Y es que observando sus instantáneas, el resultado final llega y llena. Un trabajo que convence, a pesar de los arquetipos de una tipología fotográfica que puede parecer demasiado transitada.