Si en cualquier buscador de internet se teclea “el puff más grande del mundo”, enseguida uno encuentra un link que le remite al evento londinense de la moda de la London Fashion Week que se celebró el pasado Septiembre en la capital británica de la moda. Dentro del mismo enlace, seguramente esté también el nombre de la diseñadora Anya Hindmarch y, cómo no, entre toda esa información también se incluya al emblemático palacio Banqueting House, lugar del que se dice, Jaime I recibió a Pocahontas en 1617.
Podría ser perfectamente una constelación de elementos heterogéneos que fortuitamente han sido reunidos en la misma redacción, pero no: el puff más grande del mundo es el novedoso escenario que Hindmarch propuso para su propio desfile, objeto que sedujo a muchos frente al más común espectáculo de pasarela. ¿Es acaso esta nube un elemento escultórico digno de protagonismo, o es simplemente un objeto secundario que, al igual que las llamaradas de los estudios de Hollywood, ambienta una actividad principal?
No sería tan descabellado referirse a la gran nube de Hindmarch como un complemento espacial, si partimos de la base de que la inspiración de la misma surgió a partir de su propia chubby collection, linea de complementos acolchados y regordetes, entre los que se encuentran algunos de sus bolsos, mochilas o llaveros más representativos. Qué mejor ocasión que ésta para, además de extender más allá del textil algunos de los rasgos más populares de su marca -volumen, limpieza, sencillez-, performativizar un evento tan refinado y chic como lo es un desfile de moda: bien es sabido que uno no mantiene la exquisitez y la finura de la misma manera cuando está sentado en un banco de madera de sequoia, que en una superficie en la que es físicamente imposible mantener ambas piernas juntas o en la misma dirección.
Ahí reside entonces el mérito de su sencillez: es incoloro, inodoro, no emite sonidos y, sin embargo, altera las percepciones. Una masa cómoda e inestable resulta ser suficiente para que Hindmarch consiga eliminar las distancias entre prensa, público, bloguers y demás figuras indispensables del evento. Unos invaden el espacio de los otros, se disculpan, se tocan, se ruborizan o se sacan fotos. El palacio deja de ser solo palacio, y se convierte en un espacio heterotópico* que da paso a la recreación de todos y cada uno de los papeles de los actores asistentes. La individualidad, durante un rato, dejará paso a la concepción corporal de colectivo.
