En la sala principal del edificio Trade Fair Palace flota, suspendida varios metros sobre el suelo, una enorme lancha que alberga más de doscientas figuras humanas hacinadas. La imagen es obvia, el espectador puede transitar por debajo y observar el acontecimiento como lo haría un animal acuático, allí en el mar de Alborán, por ejemplo. Lo que describimos es una instalación artística: una patera hinchable de 70 metros, 258 personas también hinchables en su interior, dos más flotando ya “en el mar” y una bola de cristal amarillo que nos chirría, devolviéndonos al museo de arte contemporáneo en el que estamos. ¿Qué habrá querido decir el autor con esto?
Law of the Journey es la última exposición del aclamado disidente artista chino Ai Weiwei, cuyo conjunto de instalaciones albergó el museo checo National Gallery de Praga hasta enero de 2018. En La Ley del viaje cabe hablar de nomadismo, de la pérdida forzada del arraigo que las sociedades contemporáneas se ven obligadas a afrontar; pérdida del hogar y de la tierra propia, pero también pérdida de la implicación supracolectiva y de capacidades como un simple sobre-cogerse. Su ley desarrolla discursos que involucran la muerte, la relación con los acontecimientos históricos, los desastres naturales y humanitarios, los previsibles y los consentidos.
Porque no sólo de la actual crisis de refugiados habla Ai Weiwei. El artista lleva trabajando los últimos dos años en torno a esta idea, como cuando cubrió las columnas del Konzerthaus de Berlín con chalecos salvavidas o la fachada del Palazzo Strozzi de Florencia con lanchas acuáticas. También lo hace cuando retransmite su implicación en el documental Human Flow o cuando pone en marcha equipos de trabajo que investigan estos movimientos, como el recién inaugurado equipo en la en la isla griega de Lesbos. Su propia trayectoria vital se entrecruza con estos hechos que por oleadas inundan las portadas de los periódicos. Pero desde ellos Weiwei puede hablar de un abanico aún más amplio de preocupaciones que atañen a una crisis, más que humanitaria, humana. Lo ataja desde la transversalidad que le permite el arte y el activismo político, y lo difunde a volumen elevado desde el altavoz que le proporciona ser él mismo un refugiado.
