La fascinación por los retablos rococós. O el deleite por el exceso y la riqueza de los brillos del oro. Estas son algunas de las primeras asociaciones a la imaginería católica que muchos experimentamos siendo bien pequeños. Representaban una voluptuosidad espiritual alejada de los sermones sobre valores sencillos y humildes. Frente a estéticas recargadas, esta pequeña capilla en El Salvador ha dado la oportunidad al estudio EMC Arquitectura de repensar la experiencia religiosa personal, y redirigirla hacia preceptos menos mundanos. El objetivo: crear un lugar de recogimiento íntimo y esencial.
La espectacular silueta que se recorta contra las laderas volcánicas de esta zona montañosa nos anuncia la ascética minimalista del templo. La construcción cuenta con tan solo dos elementos. Sin concesiones. El primero, una estructura de hormigón, como una caja a la que le faltan las tapas delantera y trasera. Y el segundo, un par de vigas metálicas con forma de cruz, que se recortan contra el horizonte. Suelo, paredes y techo se angostan para crear un ámbito de entrada, y se estiran abriéndose hacia el altar para crear un voladizo y encuadrar el paisaje. Puertas, vidrieras, confesionarios o campanarios se antojan superfluos. Por no hablar de retablos dorados. Los arquitectos lo han tenido claro desde el principio: ningún altar puede superar la belleza mística del lago Coatepeque.
