Juan Baraja sigue evolucionando. Es uno de esos escasos fotógrafos empeñados en percibir la luz como un elemento matérico y los medios analógicos como el soporte más eficaz y sincero para atraparla.
Fotografiar arquitectura no es fácil. Nada fácil. Diferenciarse, convertir cada una de las imágenes producidas en un latido único, menos aún. Sin embargo, ahí está parte del interés que despierta la obra de Baraja, en conseguir derretir paredes, salas y techos, alimentando el espíritu mediante una mirada crítica y singular mientras habla de espacios retratados como espejo de sus propias inquietudes. Visionar sus imágenes es, en definitiva, percibir como único un lugar que él transforma en singular. Es ahí donde van despuntando las instantáneas de este joven fotógrafo toledano. Con una cámara de medio formato, las placas y toda la parafernalia que conlleva una tipología fotográfica que para la mayoría a día de hoy pudiera resultar marciana, Baraja busca en definitiva entre los espacios retratados, el fragmento que bajo su criterio habla de belleza, de silencios, de sentimientos. Ese instante decisivo que él anuda al ámbito arquitectónico.
Formado en varias facultades de Bellas Artes en territorio nacional y con un palmarés de exposiciones en destacadas ferias y galerías (Volta 10 Basel, ARCO, Lineart), Juan Baraja continúa consolidando su trayectoria con obras avaladas por numerosas becas y premios. Hace unas semanas era seleccionado como finalista en la Bienal de Artes Plásticas Rafael Botí por una de sus imágenes de la serie Casas Americanas. Al igual que esta serie, Hipódromo, Catedrales, Arquitecturas o Águas livres son parte del itinerio artístico de Baraja. Proyectos que evidencian ese amor a la luz y a la emulsión. Y un concepto nada previsible sobre la fotografía de arquitectura.
En Catedrales, por ejemplo, el autor nos sumerge en amplias cementeras. Lugares yermos retratados como masas frías, gigantescas y polvorientas. Con un paralelismo inevitable entre la sordidez de estas naves industriales, ámbito de trabajo, de sudor, de sufrimiento con el emblema antagónico de la catedral (recogimiento, rezo, silencio, comunión con lo sagrado). Un paralelismo que por una parte puede establecer una comparativa entre la grandilocuencia de los dos modelos de edificación, en un juego donde la cementera quedaría elevada al grado máximo en el escalafón arquitectónico, en una “consagración” metafórica. Y por otro, en el establecimiento de un significado que iría más allá. Una crítica solapada entre lo divino y lo terrenal, entre la vida contemplativa y el trabajo. Entre la falsedad de una vida eterna y las miserias humanas.
Actualmente de los diversos proyectos en los que Juan Baraja se encuentra inmerso, destacaría Cerezales-Zaera. Un año de trabajo con el que está creando una sugerente interpretación del edificio de la Fundación Cerezales, del arquitecto Alejandro Zaera. Con él, está proyectando esa visión poco frecuente de interpretación personal del hecho arquitectónico. Así mismo, expone actualmente y hasta principios de febrero en Lateral Santa Ana (Madrid) como galardonado en el II Premio ArteLateral–Open Studio por su trabajo Catedrales.
