El fotógrafo Alastair Philip Wiper desentierra en sus fotografías la esencia setentera de un búnker de Las Vegas. Una mansión subterránea que sirvió de refugio y vivienda principal al millonario Jerry Henderson durante 5 años de su vida.
Vida subterránea en Las Vegas
¿Qué vida prospera a 10 metros bajo tierra? Según el videojuego Fall Out (1997), la rutina de una sociedad anclada en los 60 que se repone al desastre nuclear. Según la novela Metro 2033 (2007), ciudades distópicas que se amontonan y reproducen víricamente en las estaciones de metro de Moscú. Y según el millonario Jerry Henderson, una feliz casita con jardín y vistas a un paraíso mural. Cortinas plisadas, moqueta afelpada, columnas jónicas en el baño… se mire por donde se mire, el búnker de Henderson impacta por su estética kitsch, cercana a la óptica de David Lynch en aquel apartamento de Blue Velvet.
Un anacronismo estilístico que, gracias a las fotografías tomadas por Alastair Philip Wiper para su libro Building Stories, ha podido ver la luz. La atmósfera que subyace en esta vivienda subterránea está unida al pensamiento de su dueño: construida en 1978, el empresario del grupo AVON vivió en ella junto a su esposa hasta su fallecimiento en 1983. Una vida sumergida en una casa preparada para el desastre. “Jerry pensó que todas las personas estarían mejor viviendo bajo tierra, no solo en caso de apocalipsis, sino en todas las situaciones”, comenta Wiper. Excentricidad o no, Henderson quiso disponer de todas las comodidades, por eso los árboles de atrezo, la oscilación de la luz y un putting green de cuatro hoyos intentan transmitir la sensación de unas vacaciones prolongadas muy cerca del núcleo terrestre.
Un búnker con aura setentera
En estos 1400 m2 no se respira un sentimiento asceta, sino todo lo contrario. La imagen hogareña congelada en el tiempo de una tipología aparentemente convencional en los 70. Acostumbrados al minimalismo japandi y prefabricado que hoy establece el código doméstico, es normal sentir cierta conmoción ante un interiorismo donde no se tiene miedo al terciopelo. O incluso a proyectar escenas picantes —siguiendo el rollo de las revistas pulp— sobre los azulejos de uno de los jacuzzis. Todo en este espacio está dispuesto para el disfrute e incluso para recibir invitados. ¿Para qué si no sería necesaria la pista de baile donde moverse al ritmo de Stayin’ Alive? ¿Con qué finalidad se emplearían cinco dormitorios y seis baños?
Desde luego, el matrimonio Henderson podía subsistir dentro de este backroom varias semanas sin salir al exterior gracias al sistema de ventilación, al suministro de electricidad, a la posibilidad de acceso a internet, línea telefónica y al depósito de agua de gran capacidad. Para hibernar allí se debía acceder por la residencia principal donde estaba escondido; aunque a partir de 2020 todo el complejo pasó a ser propiedad de la Iglesia de la Vida Perpetua: una organización que apuesta por la criogenización y que, poéticamente, aporta un punto creepy a todo el lugar.
Alguien que se molesta en plantar césped artificial sobre un suelo hormigonado y en decorar el entorno con estanques y rocas falsas es digno de llamarse optimista. Jerry Henderson parecía serlo. Y ese reflejo es lo que Alastair Philip Wiper nos muestra en sus instantáneas: un búnker cuya cocina parece recién salida de un anuncio de Mattel; exteriores donde las montañas en 2D nos transportan al Show de Truman. Y un delirio que nos confirma que, por mucho tiempo enterrado, el maximalismo en rosa, verde y dorado se resiste a morir.
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