El skatepark como plaza. La nueva obra del Centre Pompidou de París

La reconquista del espacio público en París

Hay tantas definiciones de ciudad como ciudades en el mundo, pero quizás lo que decía el escritor Eugenio D’Ors sobre ella sea el punto común que las une a todas: “Es a un tiempo estatua y tragedia en el más elevado sentido de la palabra, espectáculo de un movimiento inserto en la libertad”. Una libertad que alude y se fundamenta perfectamente en el ajetreo de la vida cotidiana. En la acción misma de habitarla. Una razón de peso para que, como ciudadanos, reivindiquemos su espacio público como un territorio que nos pertenece por derecho propio y no como un lugar residual de paso. Porque es través de estos entornos compartidos donde se va descubriendo la historia de una urbe, pero sobre todo la huella de su comunidad.

París ha sido ejemplo —aunque no siempre positivo— de intentar reflejar la idiosincrasia de sus habitantes en cada rincón de su urbanismo. Y pese al turismo masificado, la capital francesa se esfuerza por intentar darle sorpresas nuevas a los parisinos. Eso sí, con la espectacularidad que la caracteriza. Como sede de los Juegos Olímpicos 2024, dicho esfuerzo ha de ser aún mayor, por eso no faltan intervenciones, pabellones o instalaciones espontáneas en medio de ubicaciones estrella. Así lo han hecho a las afueras del Centre Pompidou con el patrocinio de Nike, proyectando el skatepark Cycloid Piazza, que estará abierto al público hasta el 15 de septiembre. Un ejercicio que nos muestra cómo las plazas, las avenidas y las calles no deben concebirse como un mero camino, sino como un sitio de permanencia.

Un skatepark frente al Centre Pompidou

Esta labor suele ponerla en práctica el artista Raphaël Zarka. El mundo del monopatín es un tema recurrente en su porfolio, convirtiéndolo en autor de varios skateparks de estética colorista. Y de intervenciones urbanas, el arquitecto Jean-Benoît Vétillard —participante en Concéntrico 10— también refleja un amplio conocimiento en su currículum. El resultado de la colaboración entre ambos ha sido una escultura pública de 400 m² en forma de herradura —con una rampa de 3,5 metros de altura—, que hace las delicias para los curiosos que observan y para los forofos que patinan. Una acción de arte urbano que rompe el dramatismo aséptico del hormigón, como acostumbra a hacer Camille Walala con su tribal pop o, más figurativamente, Helen Burr. Solo que aquí el peso arquitectónico es imprescindible.

Realizado en madera de abedul contrachapada, este skatepark se erige siguiendo el pensamiento de Galileo: un ejercicio que marca los trabajos de Zarka de principio a fin. Él mismo asume que “los experimentos de Galileo y sus sucesores me permiten considerar las infraestructuras construidas para el uso del skate como otros tantos instrumentos destinados al estudio involuntario de la mecánica clásica”.Y así, reivindicando el exacto lenguaje matemático, tres curvas se elevan representando una cicloide, una elipse y un arco en color verde, azul y amarillo respectivamente. Un trazado que parece hecho con compás y que se complementa con una rampa de acceso en uno de los laterales, cuatro escalones a modo de palco y una serie de pasillos en blanco para transitar.

Puede que la libertad de una ciudad muchas veces se observe en su potencial como receptor artístico; y este islote del skate mantiene un diálogo que resuena con el aura del museo que lo preside, ya sea por el estilo rebelde de su cromatismo o por la función social que ejerce. Zarka y Vétillard han conseguido marcarse un Ollie para que la plaza del Centre Pompidou cobre más vida, regalándoles a los habitantes un rincón para reunirse, socializar y quedarse para ser los protagonistas del espectáculo. Una lástima que esta toma de la bastilla en nombre de lo creativo no sea algo permanente.