Al margen de las escalas épicas que han hecho famoso a Snøhetta, el estudio noruego resuelve Dokka House a partir de la referencia elemental de la casa en el árbol, sin una sola concesión desde el punto de vista de la neutralidad.
Snøhetta y el desafío arquitectónico de Dokka House
Que un gran estudio abocado a los proyectos internacionales de escala monumental como Snøhetta se faje de vez en cuando con desafíos elementales, de esos donde se conjugan las demandas primigenias de la arquitectura como proveedora de habitación y refugio, resulta reconfortante. Algo así como una prueba del nueve de fundamentos del oficio. Anne Cecilie Haug, que ha liderado para la oficina noruega el diseño y construcción de esta vivienda en Kongsberg, al suroeste de Oslo, sale más que airosa de este baile en un ladrillo con precisión, exactitud y elegancia máximas.
Tanto Haug como Tor Helge Dokka —el ingeniero que hizo el encargo— aluden a la casa en el árbol como idea base. En realidad, parten del arquetipo universal de la casa como paralelepípedo cubierto a dos aguas, para maximizar sus posibilidades en cuanto a los estándares más exigentes de eficiencia energética e impacto ambiental.
La casa en el árbol como tipología universal
Formal y tipológicamente hablando, la solución es simple: dos cuerpos superpuestos en una parcela con fuerte pendiente, en lo alto de una colina. El superior es un volumen alargado cubierto a dos vertientes que alberga un espacioso estar, integrado con la cocina e inundado por la luz meridional que entra a través de grandes vidrieras, además de un dormitorio con baño. El inferior es un pentágono irregular sobre el que se desliza el rectángulo arriba, de modo que su cubierta forma una amplia terraza al oeste accesible desde este último, y aloja una oficina y dos dormitorios adicionales.
Toda la zona de estar queda en voladizo y se apoya sobre unos grandes pilares firmemente asentados en la roca. La construcción —estructura y revestimientos— se ejecuta en madera contralaminada (CLT) y madera laminada encolada (glulam) de abeto de procedencia local, tintada de negro por encima y en tonos pardo-rojizos abajo. Todo está perfectamente calculado para minimizar el impacto: la orientación busca el máximo aprovechamiento de los paneles fotovoltaicos en el faldón occidental del tejado. La energía producida abastece las necesidades de la vivienda y genera un excedente de 15 kwh/m2 al año que satisface, además, el 75% de la carga del automóvil eléctrico de la familia. Haug estima que en diez años se habrá compensado la huella ambiental de la edificación y los materiales; no obstante, todo el conjunto es desmontable y reutilizable: la permanencia es una opción, el desmantelamiento, también; la renuncia a la neutralidad, en ningún caso.
Quizá la más sencilla medida del éxito de una propuesta arquitectónica sea la sensación blindada de que nada podría haberse hecho mejor de otra manera. Resulta difícil buscarle alternativas de cualquier tipo a estos apenas 200 m2 de luz, eficiencia, oficio y sabiduría.
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En Kongsberg, al suroeste de Oslo.
