El titular que encabeza este artículo parece sacado de algún manual barato para emprendedores, o de una guía de autoayuda con tintes tremendistas para personas con la autoestima por los suelos; pero lo cierto es que le viene como anillo al dedo a Florentijn Hofman. Para este artista el tamaño sí importa.
Hofman asegura no tener miedo a pensar fuera de escala. Quizá porque su primer trabajo profesional fue pintar, junto a unos compañeros de universidad, un mural de 15.000 m2 en la torre de refrigeración de una central nuclear improductiva.
Sus instalaciones son reconocibles a simple vista por su importante tamaño; pero, tras un análisis más pausado, también por los materiales utilizados en la construcción de las mismas. El holandés acostumbra a utilizar materias primas locales para que los transeúntes sientan como propias sus surrealistas propuestas, evitando así que estas parezcan forzadas o descontextualizadas. Por ejemplo, ahora está trabajando en una “mosca muerta” para el Día de los Muertos en México, y para su consecución utilizará el papel picado de las paredes típico de la región. Una escultura que, como el resto, conseguirá sorprender y entusiasmar a los que se “crucen” con ella.
Tras su breve exposición, suscitará la misma pregunta que acompaña todas las muestras de Hofman: ¿Por qué ya no está? Y es que este peculiar autor considera que exhibir una pieza mucho tiempo es negativo, que el recuerdo es más interesante que la presencia, e incluso no descarta la idea de impedir que fotografíen sus creaciones. La demolición es parte del proceso, aunque lo apene. Un área pública cambia cuando se introduce algo en ella, pero también cuando se extrae. Este toma y daca es necesario para que el espacio sea percibido de forma diferente por el espectador. Y por más que digan los activistas que recogen firmas para que las obras permanezcan en “su sitio”, Hofman no está dispuesto a renunciar a su concepto de ausencia.
Enlace: Florentijn Hofman
