De amarillo brillante se pintan los monolitos del jardín botánico de Seúl. Esta obra arquitectónica del estudio Koossino se inspira en las esculturas Moái de la isla de Pascua, famosas por su gran tamaño, la ambigüedad del rostro y el carácter divino de sus cabezas. Talladas en piedra se disponen sobre el terreno siguiendo la misma orientación, de modo que cada estatua fija la vista hacia el horizonte. De ahí cobra sentido y volumen el conjunto residencial de los coreanos, pues estas seis casas de vacaciones pretenden ser una representación abstracta del concepto Moái: una pequeña base de hormigón sobre la que vuela la gran corona habitable de caras inclinadas.
El estilo de estas casas vacacionales es de un minimalismo complicado y paradójicamente abundante, al estar completamente amuebladas y articuladas en dos niveles. La planta baja, por la que se accede al interior, se halla rehundida en el terreno y funciona como base de estas esculturas. En ella se encuentra la cocina-comedor que da a un pequeño patio con piscina. Este nivel conecta con la primera planta o cabeza mediante una escalera de caracol también amarilla, donde se organiza el espacio íntimo, el aseo y un gran balcón cubierto que enmarca el paisaje.
Como linternas gigantes que alumbran el entorno dispuestas según la curva natural del lugar, estos cubículos futuristas aterrizan sobre la plataforma verde de la colina de Gapyeong para crear una micro-comunidad de atractivo turístico, peculiar por la forma, el color y el contraste con el medio natural. Es un complejo escultural dominado por el fuerte individualismo de cada construcción, que por proximidad funciona como colectivo. Sólo lo intangible del mundo misterioso de las esculturas Moái se transforma para el visitante en lo que quizás sea más valioso: lo mágico de sentir la vivienda como su hábitat sagrado.