Pocos estudios contemporáneos igualan el talento del que encabeza la pareja de arquitectos noruego-americana Thorsen-Dykers (Snøhetta). Algunos de los edificios más bellos de los últimos años llevan el sello lígero, elegante y seductor de Snøhetta: esa manera delicada de explorar las mil y una metáforas del hielo que deja atrás incluso a Sverre Fehn, el otro gran noruego de la arquitectura contemporánea. Su diseño de un centro para visitantes en el archipiélago ártico de Svarbald, al norte del extremo septentrional de la costa noruega, entre el Mar de Barents y el de Groenlandia, está a la altura y responde a una historia igualmente seductora.
La estabilidad climática y geoestratégica de estas islas llevaron a que se estableciera allí un gran almacén de semillas enterrado en el permafrost —la capa de suelo permanentemente congelado—: una suerte de Arca de Noé vegetal contra posibles desastres ecológicos llamada Svalbard Global Seed Vault. En paralelo, se constituyó también un depósito digital de memorabilia, el Arctic World Archive, a modo de cápsula del tiempo de ambición totalizadora. Puesto que las estrictas condiciones de conservación de las semillas impiden la exhibición pública de tan fascinante megasilo subterráneo, The Arc proyectado por Snøhetta quiere ser un lugar que ofrezca al usuario una experiencia sustituta eficaz.
Se organiza en dos volúmenes en vivo contraste, ligados por una pasarela acristalada. El primero acoge la recepción y los servicios en un paralelepípedo “racional y estoico”, según Snøhetta, elevado sobre pilotis para preservar el permafrost del calentamiento. Construido con madera laminada cruzada (CLT), la madera quemada y el vidrio oscurecido lo revisten externa e internamente, mientras que la cubierta es un acumulador de energía solar. La pasarela de vidrio se concibe como un mirador sobre el paisaje ártico y conduce a la zona de exposición, un cuerpo blanco, orgánico, enigmático y fuera de escala.
Se trata de que el visitante se sumerja en el monolito como si bajara al interior de los depósitos subterráneos. Los contenidos se proyectan en los muros perimetrales y se gestionan desde pantallas táctiles dispuestas en expositores.” La luz cambiante, el espacio que se desdibuja hacia lo alto y la temperatura constante a 4º dan el tono dramático a la experiencia.
El núcleo es un bulbo que aloja un área ceremonial, un auditorio centrado en un árbol, que representa los que hubo en la isla hace millones de años y que podrían volver a crecer en unos cientos si el cambio climático no se contiene. El proyecto está por construir, pero su belleza no le exime de la contradicción latente de atraer turismo —y afrontar un proceso constructivo complejo— a los remotos 78⁰ de latitud Norte.
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