Audaz, provocador y excéntrico, Sebastian Errazuriz se acerca al diseño con la genuina ambición de romper fronteras entre disciplinas. Esculturas, instalaciones, intervenciones callejeras, mobiliario… La suya es una mirada ácida que cuestiona el establishment mediante un quehacer básicamente artesanal. Desde Nueva York ha contado a ROOM por qué las convenciones están para ser obviadas.
Entre la funcionalidad y las bellas artes, las propuestas insólitas y a veces excéntricas de Sebastian Errazuriz lo acercan a figuras significativas del diseño contemporáneo como Front o Studio Job. Su actitud pública, además, demuestra que jugar a ser “un performer en el diseño” no es solamente una cuestión europea y que Latinoamérica también quiere tener su propio stars system. Podríamos fácilmente inscribirlo en la línea de diseñadores-personaje como Jaime Hayón, Marcel Wanders o Philippe Starck Como ellos, se autorretrata, protagoniza sus ideas o presenta sus piezas en audiovisuales. Solo hay que visitar su web para comprobar que se abre con una escenografía de sus objetos en la que él se incluye como una figura–objeto más.
Chileno de nacimiento (1977), Errazuriz vivió en Londres de pequeño, se formó en Washington y en Edimburgo y se tituló en Universidad Católica de Chile y en la Universidad de Nueva York. Y si bien en 2010 recibió el título de Diseñador Chileno del Año, él no habla de orígenes ni nacionalidades, ni tiene imperativos de cultura o geografía. Ha hecho de Nueva York su centro de operaciones: la plataforma perfecta para comunicar, crecer y proyectarse en el mundo. “Soy chileno pero las olimpiadas de las artes y el diseño están en Nueva York. El que quiera pelear por un espacio contra los mejores tiene que venir a hacerlo acá”.
Políglota de los materiales, no sigue ninguna regla y para él el diseño es “lo que no es”. No necesariamente pasa por la transgresión, sino más bien por la transformación, el imprevisto, el caos, la sorpresa y la doble lectura de las cosas. Sus creaciones nos invitan casi siempre a una visión irónica e incluso cáustica del contexto. “Uno no rompe las fronteras en una semana o en un mes. Requiere mucho tiempo. La gente es cómoda y asustadiza; y hasta que uno no logra pavimentar el camino nuevo, son muy pocos los que se van a atrever a probarlo”, nos dice con convencimiento al otro lado del teléfono desde la ciudad que nunca duerme.
Diseño, arte y activismo
Esta idea de transgresión sobrevuela toda su obra. Lo suyo es diseño para las personas, diseño para los museos y, en medio, el activismo. Porque Errazuriz está convencido de que la creatividad puede ser una arma para transformar y mejorar el mundo. “El artista no es un sacerdote o un gurú, es un autor y como tal su talento es la comunicación. No usar esas herramientas para comunicar temas de importancia que pasan desapercibidos sería horrible”, responde categórico.
Ejemplo de esa interlocución a la sociedad son algunos de sus trabajos en el ámbito del street art. Por ejemplo, Wall Street City es una calle “tomada” y pintada con el signo del dólar como denuncia a la avaricia de los mercados. O Cruz de luz (2012): 330 tubos fluorescentes conectados a temporizadores encendidos en la noche y colocados en 33 pisos de un edifico de Chile. Se trataba de un homenaje a los 33 mineros chilenos que quedaron atrapados bajo tierra durante más de dos meses.
Pero Errazuriz sabe acotar su marco de acción. Y de las instalaciones u obras de arte público pasamos a las llamadas “esculturas funcionales”. Pieza en las que contrastan función y metáfora, y donde la búsqueda de nuevos conceptos es el motor del proyecto. Por nombrar solo algunas, podemos acercarnos a Antiquity (2014) en la que transforma la réplica de una escultura de la Venus d’Arles en una estantería. Un juego irónico muy “Duchamp” pensado como una especie de trampantojo: en una primera mirada sus baldas parecen una estructura de “andamios”, paralela a la experiencia de un turista frente a una escultura antigua bajo conservación. También Reflection Desk (2007) o Narciso Desk (2013) invitan a mirar de manera distinta elementos de uso cotidiano, espacios y situaciones. Según Errazuriz, el propósito es invitarnos a reflexionar.
En esta misma línea de búsqueda y metáfora, la mesa Tree Table (2008) o las repisas Metamorphosis (2012) o Bilbao (2013), nacen de una rama de un árbol caído que Sebastian encontró por el camino. En el taller, retorcida y adaptada, adquirió nueva vida y dio lugar a esta serie de árboles transformados en mobiliario. Para lograrlo, Errazuriz dejó que las formas naturales dictaran el diseño y la naturaleza se integrara con los objetos de nuestro entorno.
Pero son, sin duda, sus cabinets los que más satisfacciones y repercusión han dado a nuestro entrevistado. Magistral Cabinet (2014), inspirado en las púas de un puerco espín, incorpora una capa exterior de miles de espigas de madera afiladas. Colocadas a mano una a una, crean un caparazón que protege simbólicamente las pertenencias de su propietario. Su laboriosa realización requiere un equipo de doce operarios durante seis semanas. El espacio entre el vacío (Caleidoscopio) es “otro intento de deconstruir la idea de que un gabinete debe ser simplemente una caja con dos puertas”. Para ello incluye una luz en su interior y una mirilla para que, cuando esté cerrado, el espectador pueda observar dentro y descubrir la magia de lo oculto en figuras deformadas por la luz y por los espejos.
Dos de los productos más representativos de su filosofía son Explosion y The Wave Cabinet. La primera es una joya de la ebanistería que puede expandirse transfigurando su forma y tamaño, pero conservando las proporciones geométricas. La segunda, El gabinete ola, es un ejemplo de la artesanía delicada, donde lo estático se convierte en orgánico mediante una configuración similar a un abanico de papel: el mueble se abre, se tuerce, rota como si tuviera vida y dialoga con su usuario.
Autoproducción de alto standing
Este tipo de mobiliario inesperado es el que Sebastian Errazuriz utiliza como “pretexto para desencadenar la curiosidad del usuario y crear una conexión con él”. Reinventar tipologías, jugar con nuevos usos o concebir volúmenes intrigantes han sido sus señas de identidad a lo largo de 15 años de labor profesional. Una actitud de experimentación y búsqueda que hace que sus trabajos se vendan solo en galerías como piezas únicas o en pequeñas ediciones. Como él mismo reconoce, realiza muy pocas producciones con empresas del sector. De hecho, el suyo es un modelo de autoproducción de alto standing. Y clientes no le faltan. Errázuriz lo sabe: ser único y tener una visión del mundo diferente es un modelo empresarial. “No me interesa hacer obras que sean los conceptos convencionales del dueño de una empresa productora. No me interesa el mercado. Mientras pueda generar suficientes recursos para fabricar mis ideas, soy feliz. Quiero trabajar en objetos, atado únicamente a mi conciencia y mi sentido de la honestidad y de la responsabilidad. Esta actitud me da libertad para crear cosas que otros no se atreven o no los dejan, y también me permite un reconocimiento que me ayuda a adquirir, a su vez, mayor libertad y capacidad de innovación. Estoy convencido: esa libertad es lo único que puede generar nuevos mercados y nuevos recursos”.