Como un set salido de Crash, el showroom The Garage de Alexander Wang transforma la estética automovilística en un espacio doméstico distorsionado. Diseñado por Crosby Studios, motores, faros y llantas se convierten en mobiliario, entre cables eléctricos que dibujan un paisaje ciberpunk donde la imperfección se convierte en lenguaje visual.
La estética entre chatarra y diseño de Harry Nuriev
“Un accidente de coche es fertilizador más que destructivo”, dice el personaje de Vaughan en Crash (1996), el polémico filme de Cronenberg basado en la novela homónima de J.G. Ballard. En ese escenario ficticio, la existencia orbita alrededor de la velocidad, los vehículos siniestrados y la insatisfacción de un James Spader que busca el choque de un chasis con otro para sentir el clímax. Una distopía existencialista a medio camino entre el fetichismo sexual y el culto al desastre mecánico. No sé si Harry Nuriev, fundador de Crosby Studios, fantasea de igual modo con motores que rugen, pero en su último trabajo junto a la firma de Alexander Wang ha recreado un ecosistema donde los protagonistas de Crash se sentirían como en casa.
Titulado The Garage, y situado en la 103 Grand St. de Nueva York, el nuevo showroom de Wang presenta una escenografía industrial y robustamente cableada que encaja a la perfección con la estética urbana y oscura de sus prendas. Desde Crosby Studios nos cuentan que el encargo consistía en “combinar un estilo de casa tradicional americana con nuestro transformismo (…) y terminamos con un híbrido entre espacio de vida y un garaje real”. El resultado sorprende porque, como muy bien sabe hacer Nuriev, todo acaba vistiéndose de manera transgresora y con segundas intenciones. La concepción de lo doméstico se resignifica con una narrativa orientada al taller de reparación; y los elementos que conforman una vivienda mutan en componentes del mundo de la automoción.
El útero robótico para las prendas de Alexander Wang
La estampa generada nos traslada al estómago de una máquina que se alimenta de los restos que se acumulan por los desguaces. Así se determina la originalidad de la propuesta: con la creación de un living donde los asientos de coche se reúnen en torno a llantas que funcionan como mesitas de café, quedando iluminados por faros delanteros que se han vuelto lámparas. Mientras, el resto de estancias mantiene la cromática de tonalidades grisáceas en los detalles, los textiles y las piezas inspiradas en una sociedad futurista y ciberpunk.
El discurrir de los cables eléctricos por el techo establece un entramado visual con la intención de “rendir homenaje a la belleza de las imperfecciones en este mundo”, señala Nuriev. Cordones umbilicales que nos unen metafóricamente, como si flotásemos en un útero robótico donde el dresscode son las colecciones de Alexander Wang. Solo el grafiti de No Post No Bills en la fachada del local nos devuelve a la realidad neoyorquina del siglo XXI; aunque el Lincoln Town Car estrellado en el muro ya actúa como una premonición de lo que podemos encontrarnos dentro. Una imagen dramática y poética que parece susurrarnos James Ballard estuvo aquí.
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