La memoria histórica es siempre una cuestión espinosa, motivo de debate. Los monumentos conmemorativos reflejan el espíritu de la sociedad que los construye y la reivindicación del momento histórico que se desea inmortalizar. Dos perspectivas que se alían para poner en marcha proyectos-homenaje que básicamente son arquitectura de la ausencia. En Francia, tras la Iª Guerra Mundial, muchísimas poblaciones erigieron su propia estatua a los caídos. Había que recordar a toda una generación de hombres que fallecieron con el fin de recuperar Alsacia y Lorena.
Al cumplirse en 2014 el primer centenario del inicio del conflicto, se inauguró un memorial de nuevo cuño en el norte de Francia, donde murieron 579.606 soldados a lo largo de noventa kilómetros de frente bélico. En esta ocasión, no hay distinción entre vencedores y vencidos. El monolito horizontal ideado por el arquitecto Philippe Prost es un emblema para honrar a todos los fallecidos en la contienda sin distinción de procedencia, religión o bando.
Anexo a la antigua necrópolis de Notre-Dame de Lorette, la pieza consiste en un anillo elíptico de 345 metros, que en su cara interna presenta 500 paneles dorados. De ellos, 499 están grabados con los nombres de todos los soldados, por estricto orden alfabético. “Con nuestro proyecto, afirma Philippe Prost, hemos querido dar forma a la fraternidad, aliar el arte y la naturaleza para ponerlos al servicio de la paz y el recuerdo.”
Para representar la fragilidad de estos valores, el anillo se apoya sobre el suelo solo en algunos puntos, como si pudiera perder el equilibrio en cualquier momento. Una metáfora sutil que habla de la grandeza del hombre y de su debilidad siempre al acecho.
