No hay pocos debates sobre lo que es bello o no, para que llegue el estudio de Dann Roosegaarde y nos diga que la belleza es energía, aire y agua limpios. A lo largo de la historia hemos podido observar cánones que se establecían en torno al ser humano y su ser en el mundo. El tono de piel, el peso, las prendas o el comportamiento han sido algunos determinantes de la condición social -y de lo estético- del hombre en su época. Sin embargo, en nuestra actualidad, el humano, egoísta, ambicioso y bello como nunca, ha dejado de ser en el mundo para ser sin el mundo.
La era del Yo y del selfie ha hecho florecer un comportamiento individualista, mediante el que se anteponen las necesidades personales al bien colectivo. ¿Para qué vamos, por ejemplo, a involucrarnos en conseguir una producción sostenible? Nosotros queremos ir a trabajar en coche, beber de botellas de plástico y estrenar ropa barata todos los días.
La suma de esta supremacía del individuo junto al exceso de estímulos visuales y auditivos a los que está sometido, han desencadenado en una ceguera y sordera voluntaria de la población. La información redactada o escrita ya no es masticada, por lo que triunfan aquellos que inventan nuevos lenguajes para transmitir conocimientos. Ahí es donde encontramos a Roosgaarde: un cócktail de diseño, arte y tecnología son suficientes para que nos demos cuenta de que el mundo está hecho una piltrafa -y es nuestra culpa-.
Su última llamada de atención se ha posado sobre la basura espacial. Mientras que muchos desconocen que cerca de 29.000 trozos de roca y satélites rotos flotan en el espacio como barco velero, la indiferencia guía el comportamiento de los que sí están enterados. ¿A quién le puede importar algo que está a 20.000km por encima de su cabeza? La respuesta es: a nadie que no esté familiarizado con lo relativo a la astronomía. Por ello, el artista holandés ha puesto en marcha junto con su estudio un plan de evidenciación: Space Waste Lab; cuya principal finalidad es salvar la distancia que convierte a los desechos galácticos en algo invisible para la población.
Mientras que una parte del imaginario personal conduce a relacionar el proyecto con el profesor que en el aula dirige mediante un puntero, otra parte le traslada a uno al Light Art y a los tubos de neón. Lo que es indudable es la presencia de una conciencia ecológica que a dedo señala hacia al cielo. Ojos que sí ven, corazón que sí siente.
