Si en varios cientos de años prevalece, como en la actualidad, la estima por la herencia del pasado, la admiración por los orígenes y la autenticidad; si para entonces aún añoramos y no hemos obviado ya el ciclo del legado tecnológicamente primitivo, el de las costumbres pintorescas y atrofiadas; si en el recuerdo aún encontramos placer, tendrá lugar, en el contexto de una exposición arqueológica, una escena idéntica a la que Daniel Canogar presenta en la primera planta de la sala Alcalá 31 de Madrid, en el marco de la muestra retrospectiva Fluctuaciones, con la instalación Small Data.
En ese supuesto futuro (imagina una escena virtual), los intérpretes de los vestigios creerán necesario explicar su funcionamiento y sus investigaciones les llevaran a activarlos, como hace Canogar, con proyecciones que simulen sus mecanismos originarios: un teclado que genera códigos, un CD que emite luces e imágenes o un teléfono móvil con antena serán mostrados en urnas para el asombro de los visitantes.
Pero en la escena real que acontece en la sala de exposiciones, esas piezas son icono de una temporalidad concreta y no están allí por azar. Apegos analógicos, ruidosos y deteriorables, determinan la selección de los componentes que conviven en las obras pero también en los acontecimientos naturales que Canogar elige para que actúen como frecuencia moduladora a partir de la cual modificar el color y el ritmo lumínico de algunas de sus creaciones; en varios cientos de años una Game Boy será un objeto aséptico, la contaminación o los incendios una inclemencia menor, y nadie reconocerá a Patrick Swayze en Ghost.
Fluctuaciones homenajea al tiempo y lo hace desde un sistema en el que no tiene cabida. Y es que, a pesar de andar inmersos en entornos virtuales habitar se hace en otro lugar.
