Fotos: Sandra Pereznieto
A simple vista la X House puede parecer un artificio dispuesto a destacar sobre el verde de los montes; pero la intención es justamente la contraria: dejar que el paisaje sea el absoluto protagonista. Con el diseño en X, Cadaval & Solá-Morales han conseguido minimizar la excavación, resolver el difícil acceso, conservar dos magníficos pinos, aislar la casa de los vecinos y proporcionar hermosas vistas tanto al mar como a la montaña. Para ello han utilizado métodos constructivos propios de la ingeniería, como es mover dos piezas rectangulares hasta hacer que se crucen, lo que permite optimizar la estructura en busca de una mayor eficiencia.
El primer problema que encontró el estudio fue el acceso a la parcela, que se encuentra a mayor altura y tiene como referente dos enormes pinos que, pese a interrumpir el paso, se convierten en un foco de atracción y un valor añadido. Los arquitectos plantearon una gran plaza, que no es otra cosa que la cubierta de la vivienda, logrando con ello una relación más fluida con la calle. El coche entra en el domicilio desde arriba, bajo la sombra de los árboles, y el visitante puede detenerse a disfrutar de las vistas en este espacio de carácter urbano, delimitado por una delicada baranda de vidrio que refuerza el carácter continuo de la terraza. En este punto, la vivienda todavía no se da a conocer, se mantiene escondida, dejando todo el protagonismo a la naturaleza.
En la planta alta se sitúa el garaje, la zona de acceso, un estudio y la suite principal, que se independiza del resto de la casa mientras mira hacia el valle. Las escaleras salvan la doble altura del salón con un gran ventanal al fondo, por el que entra el paisaje de Cabrils y que diluye la frontera entre el interior y el exterior.
Ya en la planta baja, el estar domina una de las alas de la X, mientras que la cocina se sitúa en el lado opuesto, donde una gran mesa blanca organiza el espacio. El resto de dormitorios y el área de servicio se ubican en la zona posterior, con lo que se logra mayor intimidad, a la vez que la apertura de las aspas consigue que no se pierdan las vistas. Los ángulos no hacen más que enfatizar la singularidad de las distintas habitaciones, donde la repetición no existe. El blanco y el negro controlan el cromatismo, y aportan sencillez a un interior que no busca protagonismo alguno.
El encuentro entre los dos rectángulos genera dos patios que resguardan del contacto con los vecinos y a la vez favorecen las vistas a los pinares y el mar. Siguiendo el discurso de la vivienda, el jardín no quiere revelarse a primera vista, y va cayendo en terrazas para dar paso a una naturaleza que se mimetiza con los montes, y que sólo se ve rota por el gris de la piscina. Unos escalones bajan por uno de los laterales, entre plantaciones de arbustivas y zonas de pradera, y en el recorrido se tiene la sensación de que la casa no se hubiera construido, sino que más bien parece que se hubiese posado sobre la ladera.
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