No todos los eventos artísticos al aire libre proponen un encuentro real entre las obras y el paisaje; pero en el caso de la Trienal de Beaufort, las esculturas trascienden su mera presencia física para dialogar con el mar, el viento y la historia de la costa flamenca. Por algo es, desde su primera edición en 2003, uno de los eventos de referencia en Europa sobre arte público.
Una historia en constante evolución
Desde su origen, el éxito de la Trienal de Beaufort radica en su capacidad para adaptarse a las tensiones y a las transformaciones del paisaje, ejerciendo más como un encuentro de reflexión que trasciende la mera exhibición de instalaciones a la intemperie. Y en esta 8º edición comisariada por Els Wuyts, vuelve a revalidar su vocación inicial: la de explorar la interacción entre la escultura y el entorno de la costa flamenca, con un despliegue técnico por los 67 kilómetros que la conforman.
Asimismo, la historia de este evento ha sido testigo de la participación de artistas de renombre, como Arne Quinze con Rock Strangers en 2012, que dejó una marca indeleble en Ostende con estructuras de color vibrante en el paraje costero. O también la de Kader Attia con Holy Land en 2018, clavando un bosque de espejos en las dunas como homenaje y entierro digno a todos los refugiados que terminaron ahogándose en su travesía.
Proyectos destacados de la edición 2024
Siguiendo la temática de The Fabric of Life, este año la Trienal de Beaufort ha seleccionado 18 nuevos proyectos de creadores internacionales que muestran el compromiso con el medio y las preocupaciones contemporáneas: el cambio climático, la memoria y la relación entre naturaleza y tecnología. Una de las piezas más significativas es Monobloc Moments, de Sara Bjarland: un tótem omnipresente conformado por un cúmulo de sillas Monobloc. Una estrategia que plantea el consumo masivo y el impacto ecológico de los objetos que, pese a su trivialidad, se convierten en símbolos globales.
En una línea similar, Monika Sosnowska ha presentado Facade: una urdimbre de tubos de acero deformados, que evocan el colapso de estructuras arquitectónicas sugiriendo la fragilidad inherente de nuestras construcciones físicas y sociales. Ubicada en Zeebrugge, hallamos Star Sea de Ivan Morison: una intervención monumental que recuerda a las formas de un búnker hecho de cemento y arena; en ella se exhibe la tensión entre la edificación defensiva y el paisaje marítimo cambiante.
Por su parte, el volumen de hormigón llamado Untitled, de Jef Meyer, emplea las formas geométricas minimalistas para explorar la interacción entre la luz y el espacio. Mientras que All the Words in the World, de Jorge Macchi, aborda conceptualmente la fragmentación del conocimiento, visualizando un vórtice de palabras que refleja la vasta inmensidad del saber humano.
Al caminar por las playas de Flandes, todas las propuestas emergen como hitos para que nos detengamos y pensemos en los grandes temas de nuestra era. Es así como la Trienal de Beaufort continúa su tradición, apostando por obras que redefinen la relación de los habitantes con su propia ciudad, haciéndola más permeable a las interpretaciones poéticas y simbólicas. Pero, sobre todo, incitándoles a hacerse la gran pregunta de nuestro tiempo: ¿podremos habitar el mundo de una manera más consciente?
En este enlace puedes leer artículos sobre la Trienal de Brujas.
