Ryoichi Kurokawa. Cuando un robot admira la materia viva

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El japonés Ryoichi Kurokawa (1978) pertenece al mundo del media art del mismo modo que un artista pertenece a un colectivo. Cuando un grupo adquiere renombre y, tras alcanzar la notoriedad, se desintegra junto a sus planteamientos, cada miembro debe evolucionar de manera individual. Y si un movimiento artístico es reflejo de su tiempo, este nipón multimediático lo representa transcendiendo las imposiciones indiscutibles de su época. 

A Ryoichi Kurokawa las puertas de la TATE Modern, del Pompidou o de la Bienal de Venecia se le abrieron gracias a sus obras tempranas, de una modernidad obvia. Si bien Scentless o Parallel Head —ambas del 2008— poseían una impronta personal, también abundaban en guiños consabidos: mapping, split-screen, coding. Rasgos estos de una apariencia filosóficamente centrada en las posibilidades del medio y su aspecto lúdico. Eso sí, siempre visto desde un arrobamiento demasiado humano. Pero trataremos esto más adelante.

La pertenencia al media art de este residente en Berlín era lógica en sus comienzos, tan natural como los numerosos afloramientos y sus formas reconocibles. Pero nadie confunde una instalación audiovisual del siglo XXI con el protofuturo de los 50, los plásticos de los 70 o el omniescandinavismo actual. Por eso, al hablar de un artista y su momento no se pueden obviar esas centralidades estéticas. No obstante, Ryoichi Kurokawa y otros creadores fueron comprendiendo que aferrarse a esos signos les abrirían unas puertas que nuestra cultura perenne les cerraría muy pronto.

ad:ab Atom. Ryoichi Kurokawa
ad:ab Atom. Ryoichi Kurokawa
s.asmbli. Ryoichi Kurokawa
s.asmbli. Ryoichi Kurokawa

Al igual que otros japoneses polifacéticos —como el talentoso Daito Manabe—, Ryoichi Kurokawa iría poco a poco excediendo las restricciones artísticas de su territorio. Incluso sobrepasaría las barreras técnicas para abocarse íntimamente a lo que le rodea. Mientras trabajos iniciales como cm: av_c (2005) demostraban su interés ingenieril por lo propiamente informático, otros más maduros como ad/ab Atom (2017), Ittrans (2017) o s.asmbli (2020) evidencian una mirada digital sobre lo puramente orgánico. Y repito: una mirada digital sobre lo puramente orgánico. 

Sucede que los autores se manifiestan en su desarrollo. Pero si se empantanan en la vertiente hipnótica de combinar unos y ceros, no tardan en descubrir que la luminotecnia no basta. Lo que el tiempo le demanda a todo artista es que avance en su camino y, además, se atreva a abordar los límites de la vida. Por una parte, Ryoichi Kurokawa es de los muchos que buscan los límites de las nuevas tecnologías; por otra, es de los pocos que con su obra insisten en la expansión de esas mismas fronteras. 

Es en renature (2015) donde empieza a alejarse de la exploración multimedia para posar su visión sobre una humilde avispa, reproduciendo la bioarquitectura del insecto como una escultura impresa en 3D. Pero lo que realmente distingue esta pieza es que aquello que percibimos como frío y calculado no es el objeto en sí, sino la mirada que se posa sobre él. Aquí el artista alcanza lo que en su primera propuesta, Copynature (2003), apenas había podido insinuar. Una década más tarde su porfolio ha cambiado: ha comprendido en profundidad las herramientas que utiliza y se ha fundido con ellas. 

Ryoichi Kurokawa ha dejado de ser un humano embobado por el poder de cómputo de las máquinas, y eso le ha permitido vislumbrar la maravilla de la naturaleza. Y nos la mostrará desde la verdadera modernidad. Esto es, no como un humano que endiosa la tecnología, sino con los ojos de un robot que admira la materia viva. Y esta metamorfosis al cíborg que somos —la triple síntesis humana, digital y efectivamente contemporánea— es la frontera estallada por la que, en muy contadas ocasiones, se atreve a transitar el poco afortunado arte de nuestra era

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