Palacio de congresos de Plasencia de Selgascano. Finalista Premios Mies van der Rohe

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En el paisaje extremeño ha cristalizado un diamante extraordinario que dialoga y se complementa con el entorno, árido y seco. En su brillante interior, alberga conciertos, exposiciones y todo tipo de manifestaciones artísticas. El estudio madrileño Selgascano firma el icono definitivo de Plasencia.

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La ejecución impecable de Selgascano

Cuando se les pregunta a los madrileños José Selgas y Lucía Cano por sus recetas a la hora de proyectar, su respuesta es clara. Huyen de todo método como de la peste. Tan solo hay una herramienta que les es eficaz durante el proceso creativo: favorecer el caos. No en el resultado, que será de ejecución impecable y de precisión clínica. Pero sí durante el making-of, en el que se cuestionan lo fundamental de cada edificio. Esto les permite llegar a soluciones fuera de lo común, paradójicamente cargadas de sensatez.

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Como hicieron al diseñar su propio estudio en Madrid, o al responder al encargo de realizar el pabellón de verano de la Serpentine Gallery en 2015. Dos propuestas que tenían el entorno como principal catalizador. El sol, los árboles de los alrededores, la relación con la lluvia o el viento modelaban las decisiones proyectuales. Y entre todos estos elementos, sus arquitecturas toman vida como una nueva naturaleza, una especie inédita mejorada gracias a una sofisticada evolución.

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Un palacio de congresos como una sirena varada

El solar se sitúa donde el planeamiento urbano pierde su nombre: en la brecha entre lo tristemente artificial y lo natural. En la herida entre el infame urbanismo de la burbuja inmobiliaria y un paisaje seco modelado durante eones por las violentas fuerzas de la Tierra. Puestos a elegir un bando u otro, los arquitectos no dudan en encallar la construcción en el terreno virgen, cuyo horizonte prefieren leer como un océano inabarcable. Intentan perturbarlo lo menos posible, reduciendo su huella al mínimo, dejando incluso una parte en voladizo.

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Aprovechando el absurdo talud artificial existente, el Palacio de Congresos y Exposiciones se separa de los chalés adosados con los que comparte calle, y se apoya 16 metros por debajo, en lo que parece una optimista alegoría del espíritu del 68: bajo los adoquines está la playa. Para salvar el salto de la parcela, el acceso se realiza por una única rampa naranja. Su forma y aspecto nos anticipan el imaginario que encontraremos en el interior, con guiños a una ciencia ficción pretérita. Una vez que embarquemos por este cordón umbilical, dejaremos atrás lógicas conocidas para comenzar un recorrido fenomenológico que despertará nuestros sentidos.

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Para conseguir una estructura compacta y económica, los diferentes espacios se apilan ordenadamente unos encima de otros: el auditorio con su escena, las salas de congresos y de exposiciones, y una cafetería. Y envolviéndolo todo, un cubo de hormigón vertical, eficiente y de geometría sencilla. Este volumen está atravesado por un gran vacío de doce metros de altura, que se reviste de brillante color naranja.

Conectado a la rampa exterior, es el gran hall de acceso y se expresa como el ojo de un cíclope. Desde ese doble mirador parten dos recorridos helicoidales que se enroscan entre los cartesianos muros masivos y la leve piel facetada que da al conjunto ese aspecto de grano de sal fuera de escala. Esas dos promenades architecturales se articulan con rampas, escaleras y mesetas que se ponen al servicio de la serendipia, tal y como Horace Walpole la definió ya en el siglo XVIII: “accidente sagaz durante la búsqueda de otra cosa”. Deambulando a lo largo de estos itinerarios inciertos, nos esperan múltiples encuentros, visiones y experiencias insospechadas.

Palacio de congresos de Plasencia. Selgascano

Los Premios Mies van der Rohe se fijan en Extremadura

El poder de la arquitectura para afianzar la identidad de una persona, de un colectivo o de una ciudad es indiscutible. Lo saben desde los diseñadores de IKEA a los políticos en precampaña, que son los que más manosean este tipo de iconos. En este sentido, el trabajo de selgascano siempre ha sido ejemplar, generando artefactos de uso urbano de gran sencillez. Les interesa esa simpleza, que incluso llaman vulgaridad, pero no por un carácter burdo o banal, sino porque intentan estar cercanos al vulgo, a la gente.

Por eso se esfuerzan en limar el proyecto, desnudándolo de toda arquitectura. Cuanto menos, mejor. Para que así sea inteligible de manera inmediata por cualquiera, lo que permitirá a todos los usuarios identificarse con él y disfrutarlo como propio y sin límites. Para eso está ahí este laboratorio del entretenimiento, un digno heredero del británico Cedric Price y su revolucionario Fun Palace. Price ideó a principios de los años sesenta un lugar que debía reaccionar a las necesidades de los visitantes y a las múltiples actividades que debían ocurrir en él. Creía que el uso correcto de las nuevas tecnologías permitiría al público un control sin precedentes sobre el edificio. Este centro de congresos se acerca a la fantasía futurista de Cedric al generar multitud de zonas intermedias sin uso determinado, que el visitante puede decidir cómo ocupar con total libertad.

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Coloreando la levedad 

Convencidos de que solo los empujes tecnológicos llevan a verdaderos cambios, selgascano se sirven constantemente de novedosos sistemas constructivos. Con ellos aseguran la máxima reciclabilidad del conjunto, así como la mayor ligereza a la que pueden llegar. Porque más ligero quiere decir menor consumo energético y, por ende, más económico. Como comenta José Selgas, no podemos estar ajenos a un férreo control del presupuesto, y mucho menos en Extremadura. De ahí parte la elección de la envolvente de EFTE, una fina lámina plástica que absorbe casi la mitad de la radiación solar, al tiempo que permite un contacto semivelado pero ininterrumpido con el entorno. Desde el exterior, este material permite vislumbrar las circulaciones que discurren entre las dos pieles del Palacio, como en una película de Jacques Tati o como en la fachada del Centro Pompidou de París (otro Fun Palace, por cierto).

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Para estos arquitectos, el color es una herramienta más con la que trabajar. Muchos elementos tienen que ser pintados para protegerlos, así que toca decidir gamas y conceptos. Ellos se sienten muy libres en su uso, conscientes de que es un componente que puede mejorar o modificar radicalmente la comprensión del espacio. Además, cualquiera entiende un uso tan sincero y directo. Para intensificar estos juegos de percepción, se apoyan en multitud de texturas, desde hormigón rugoso a policarbonatos de nido de abeja, pasando por vidrios que reflejan formas cromáticas como en un caleidoscopio. 

Palacio de congresos de Plasencia. Selgascano

Más de trece años han pasado desde que se convocó el concurso, y casi cinco desde que se finalizó la obra. La omnipresente crisis ralentizó todo el proceso, posponiendo su inauguración hasta junio pasado. A pesar del impacto mediático de la construcción, José Selgas y Lucía Cano no se prodigan en conferencias y entrevistas. Prefieren que sus creaciones hablen por sí mismas, y que nosotros encontremos el significado con el que nos identifiquemos. Sin embargo, en este caso, nos dejan una pista en la memoria descriptiva del proyecto con la que interpretar su intervención: “Nomeolvides. Nos gusta el nombre de esta flor, y también que sea de una flor. Nomeolvides… Di si su aspecto final te recuerda a qué: no definas la forma, no te importe, es la que es”.

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