Las ciudades colorean sus calles de verde y azul. En sus plazas crecen árboles y se ven pájaros e insectos, aunque quizá aún no los suficientes. En el contexto actual existe un grupo de profesionales que está transformando la vida urbana en un ecosistema y modificando nuestros barrios para adaptarlos a un futuro incierto. Son los pintores de un nuevo paisaje. ¿Cómo trabajan estos creadores de escenografías verdes?
Del Seagram al jardín planetario
La plaza del edificio Seagrams (Nueva York, 1958) significó una ruptura con el modelo de rascacielos, ese que aprovechaba cada centímetro cuadrado de parcela para rentabilizar las inversiones. Con el planteamiento de una ciudad amable para el peatón, Mies Van der Rohe regaló a la isla de Manhattan un espacio público en el que refugiarse del ruido de la calle. Sin embargo, el papel de la vegetación tenía un valor testimonial. Tan solo unos pocos árboles servían de telón de fondo en la escenografía imponente de la entrada. Es evidente que en los últimos años la visión respecto al paisaje urbano ha cambiado radicalmente. ¿Seguiría siendo válido, hoy en día, uno de los gestos más icónicos de la historia de la arquitectura?

Cuando OMA tuvo que enfrentarse al mismo problema en la sede de la bolsa de Shenzhen (2013), se puso en manos de Inside Outside para el diseño de su plaza —eso sí, a 36 metros de altura— desde la que separarse del bullicio del gran vestíbulo y ofrecer una vista amplia. Un ejercicio que se inspiraba en el valor ficticio del capital financiero de la bolsa, pero que debía mucho al que Mies había desarrollado en el Seagrams.


El equipo de Petra Blaisse elaboró un plan que proponía una composición de arbustos en forma de motivos florales medievales, inspirados en las tallas de papel tradicionales chinas. Esta disposición marcó las zonas de circulación y deporte y la colocación de áreas de trabajo en sombra, jugando con la volumetría y las texturas de las plantas. El verde se entendió como un recurso arquitectónico más, colonizando el zócalo de la propuesta de Koolhaas. Y aunque el proyecto se completó con un pequeño parque en la planta baja, zonas verdes integradas en las elegantes plazas de entrada, y una serie de patios-jardín y jardines verticales distribuidos por toda la torre, el patrón dibujado en el voladizo anunciaba el protagonismo de la naturaleza como elemento más imponente.


La artista norteamericana Maya Lin reflexionó sobre la importancia de la vegetación en el entorno público con Ghost Forest. La intervención —realizada en el Madison Square Park (2021)— consistió en colocar 49 cedros muertos de 12 metros. El nuevo bosque fantasma se cargaba de simbolismo en un enclave rodeado de vida; la monumentalidad de los ejemplares resaltaba la fragilidad del presente y llamaba la atención sobre una idea: quizá en un futuro cercano solo queden árboles muertos para plantar.

Es interesante la claridad con la que el mensaje queda explicado a través de estos cadáveres leñosos. La fuerza compositiva de troncos y ramas —más aún con semejante altura— los convierte en arquetipo de la naturaleza. La muerte de los cedros de Maya Lin representa la muerte del ecosistema global. Sin embargo, la naturaleza todavía existe debajo del asfalto: las metrópolis también pueden formar parte del jardín planetario de Gilles Clément.

La ciudad culpable
Un jardín del tamaño de un planeta implicaría ampliar el foco y que el diseño se centrara en favorecer que la vida prospere. Las ciudades, que cargan con la culpa de interrumpir la continuidad biológica de la Tierra, a veces guardan espacios para plantear opciones donde cobijar, alimentar o reproducir más especies aparte de la nuestra. ¿Son compatibles los ecosistemas con la urbe? Las opiniones más radicales aseguran que no, pero hay propuestas que se han esforzado en buscar un término medio.

El arboreto de Arjay Miller (Dearborn, Michigan) es una parcela en la que el equipo de OJB sustituyó una gran superficie cubierta de césped por una pradera compuesta de flora silvestre. El proyecto partía de la contradicción que siempre se encuentra en este tipo de acciones. ¿Merece la pena reducir los usos de un parque para aumentar la diversidad? Los paisajistas apuestan por este intercambio de protagonismos, donde la actividad de las personas se restringe a los caminos que lo atraviesan. En esta situación, el nuevo paraje ofrece una imagen heterogénea a lo largo de las estaciones, con un mantenimiento menor y una capacidad de adaptación más avanzada.

Los principios de la biodiversidad están dibujando poco a poco una visión de nuestras ciudades, donde se empieza a apreciar la belleza del ciclo natural y gana valor la dejadez cultivada de unas hierbas que crecen, florecen y se marchitan cada año. Y aunque no todo el monte es orégano, el paisaje agrícola quizá sea la otra gran fuente de inspiración para difuminar los límites entre lo urbano y lo rural. Últimamente vemos más áreas urbanas dispuestas con estructura de cultivos, a veces para promover un consumo de cercanía y, otras, para reproducir esa imagen evocadora cargada de nostalgia.

En este punto nos llama la atención el trabajo que Turenscape realizó para Suqian Santaishan Flower Quilt. En el nuevo distrito de Suqian (Jiangsu, China) se potenció una amplia localización verde para generar actividad humana. Los arquitectos idearon una trama de campos de flores en el entorno de un río e incorporaron pequeños pabellones a modo de folies, además de una pasarela para brindar una vista aérea de los colores de las parcelas.

La diferencia entre las plantas que brotan espontáneamente en la ribera y las que se cultivan en los campos hizo que el proyecto recibiera 2 millones de visitantes —en una localidad de 5,5— en los primeros meses desde su inauguración. La vegetación crea una imagen igual de artificiosa que el neón más industrial, pero el reclamo sirve para fomentar la interacción y las actividades al aire libre. Esta visión, cercana a la del paisajismo más clásico, vuelve a entender las grandes poblaciones como escenografías gigantes en las que se pueden reproducir diferentes ambientes sin cambiar su utilidad. Un avance en la forma, pero no en el fondo; algo que nos hace preguntarnos qué otros usos pueden tener las zonas verdes.

El ascenso a una colina artificial en las afueras de Varsovia, hecha con los escombros que dejó la Segunda Guerra Mundial, sirve para contar la historia de la reconstrucción de la capital tras el paso del frente. Warsaw Uprising Mound es una narración convertida en parque. Mediante escalinatas, sendas o pasarelas, los arquitectos de Archigrest nos llevan por distintas paradas, donde se explica el proceso de regeneración que se llevó a cabo. Las dimensiones del promontorio, el terreno que ocupaba en los planes de crecimiento y el simbolismo que adquiría en la historia del municipio polaco lo hacían un elemento imposible de ignorar.

La capacidad con la que Archigrest fue capaz de contar un acontecimiento histórico a través del paisajismo nos recuerda al trabajo que Agence Ter propuso para el Regional Garden Showde los municipios alemanes de Oeynhausen y Löhne. Aqua Magica Park (2000) se planteó como una forma de enseñar el origen de las aguas termales que recorren el subsuelo y abastecen a los balnearios de las proximidades.

En el centro de un lugar aterrazado se excavó un agujero que llegaba hasta el nivel freático. Este hueco se aprovechó para introducir una fuente, oculta por una estructura metálica de varios metros de altura, donde el agua se convertía en protagonista: un gran chorro la impulsaba por encima del suelo y la hacía visible a lo largo del recorrido de bajada al gran cráter. Por medio de una intervención cercana al land art, el estudio alemán habla del viaje invisible del agua y de la relación entre suelo, clima y paisaje. El itinerario de ese enorme caudal pone de manifiesto la enorme utilidad del proceso de filtrado de estos parajes para gestionar grandes riadas. ¿Es compatible esta función con un contexto urbano?

La naturaleza frente a las contradicciones
Las ciudades contemporáneas quizá sean una de las mayores contradicciones de nuestra época. Están llenas de personas y, al mismo tiempo, son segregadoras. Pueden resultar hostiles y cosmopolitas, pero, sobre todo, son responsables de un número importante de emisiones y, a la vez, necesarias para un futuro sostenible. Muchas de las esperanzas para anticiparse a ese porvenir tan poco halagüeño están depositadas en soluciones basadas en la naturaleza.

Bangkok y Shanghái son metrópolis densas y extensas, bastante planas y con un nivel freático alto debido a su cercanía a la costa. Son vulnerables a los episodios de lluvia intensa y quizá por eso se han preocupado de desarrollar dos proyectos similares para la gestión de estos fenómenos.

Tanto Benjakitti Forest Park (Turenscape) en Tailandia como Taopu Central Park (Field Operations) en China convierten grandes extensiones industriales en una laguna donde desviar, retener y laminar el agua para minimizar los daños de una gran escorrentía. Ambas intervenciones adoptan una estrategia que deja una escenografía de islas y pasarelas rodeadas de naturaleza más densa, en las que el nivel del agua va configurando sus límites a lo largo del año. Las áreas deportivas e infantiles se intercalan con humedales para aves de distintos tipos, y la ciudad cambia de prioridades en el paréntesis que ocupan estos parques.

Puede ser difícil valorar la importancia de una infraestructura de este tipo cuando el agua se filtra y desaparece. Topotek 1 juega con la idea de que en ocasiones no solo es necesario que las cosas funcionen, sino que además hay que visibilizar que lo hacen. En Høje Taastrup (Dinamarca) dieron forma —en colaboración con los estudios de arquitectura Cobe, Ramboll y Glifberg-Lykke— a una zona verde que solucionaba el desnivel entre los extremos de un barrio nuevo.

Para resolver la conexión entre la arquitectura y la diferencia de altura del entorno, introdujeron equipamientos deportivos con un skatepark inserto en la pendiente, que fue considerado el más largo del mundo. Las partes más planas albergan las pistas reglamentarias, y las franjas de plantas resuelven las pendientes más inclinadas. La diferente permeabilidad entre el pavimento de hormigón y los taludes vegetales hace que en los días de lluvia la pista de patinaje se convierta en una bañera, que muestra la cantidad de agua que las plantaciones son capaces de absorber.

La mayoría de las obras que hemos visto tienen en común una extensión de varias hectáreas que no siempre está disponible. TAKK Architecture elaboró Arcapara el Festival de Arquitecturas de Barcelona (2022), una propuesta que reducía estas grandes infraestructuras a la unidad mínima. El estudio catalán pensó que este miniparque de emergencia debía poder operar en todas las calles de una ciudad, y decidieron que el modo de eliminar las restricciones geográficas de acceso a estos microespacios era convertirlos en un elemento móvil. Con estos pocket parkssobre ruedas, los ciudadanos se transforman en transportistas de beneficios ecológicos. El trabajo de TAKK ayuda a entender la dimensión del problema, a reducir la distancia en las metrópolis y a elaborar un paisaje anfibio hecho con una arquitectura de tierra y raíces.


El reto de los nuevos paisajistas
El protagonismo que la naturaleza está tomando en el contexto urbano es cada vez mayor. La discusión se va centrando menos en sus beneficios y más en cómo introducirla en lugares donde el espacio está seriamente disputado. Existe consenso, pero el reto sigue siendo grande. Ante este desafío, debemos elaborar un idioma entre paisajismo, urbanismo y ecología. Es importante que en este dialecto exista creatividad tanto en el diseño como en la estrategia, pero también hace falta hablar con la sensibilidad indispensable para que la vida se abra camino. Una vez que se alcanza, la belleza es irrenunciable. Hoy más que nunca, necesitamos a estos nuevos paisajistas. |
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