Natural de Kirn (Alemania), la trayectoria de Helga de Alvear como galerista y coleccionista abrió nuevas perspectivas artísticas en España, trazando conexiones entre la vanguardia internacional y la escena nacional. Y su muerte a los 88 años marca el fin de una etapa en la que desafió al canon expositivo tradicional, con un patrimonio artístico sin precedentes que hoy descansa en su museo en Cáceres.
Un antes y un después para el arte en España
Al llegar a España a mediados de los años sesenta, Helga de Alvear encontró un país artísticamente hermético. Las galerías de referencia seguían dominadas por el gusto académico, con escasas aperturas hacia las corrientes internacionales que, en ese momento, estaban transformando el arte. Pero, por supuesto, hubo un punto de inflexión: su encuentro con Juana Mordó, a quien vio como una mentora en la promoción del arte contemporáneo. Un detonante que la llevó a implicarse en la escena creativa y a aprender los códigos de mercado cuando se incorporó a su galería.

Tras la muerte de Mordó en 1984, Helga tomó la decisión de abrir su propia sede en Madrid: un espacio que pronto se convirtió en un referente para el arte más radical de aquel entonces. Allí apostó por autores como Ai Weiwei, Thomas Ruff, Candida Höfer o Antoni Muntadas; creadores que desafiaban lo convencional y que manifestaban un lenguaje incómodo. Y es que Helga de Alvear no se centraba solo en la estrategia comercial, sino en la búsqueda de sentido en el arte. Por esa razón, su obsesión con la disciplina le llevó a constituir una de las colecciones más importantes de Europa.


Helga de Alvear: el coleccionismo como forma de vida
Nunca mostró interés en objetos decorativos o en grandes firmas históricas que le pudieran garantizar rentabilidad inmediata. Helga compraba desde la intuición, sin calcular el valor especulativo; una actitud que marcó una gran diferencia respecto a otros compañeros. En sus inicios, se focalizó en el arte español de los años 70 y 80, con nombres como Luis Gordillo, Soledad Sevilla o Antoni Tàpies. No obstante, su mirada se expandió pronto hacia el panorama mundial, elaborando un mapa evolutivo de las distintas corrientes artísticas: el conceptualismo de Joseph Kosuth, las instalaciones de Doris Salcedo, la fotografía de Hiroshi Sugimoto o el videoarte de Bill Viola.

Y esta acumulación compulsiva de piezas derivó en la necesidad de compartirlas; pues con más de 3000 obras en su haber, estas no podían quedarse en el ámbito privado. De ahí surgió su gran proyecto final: el Museo Helga de Alvear en Cáceres, inaugurado en 2021 y diseñado por el arquitecto Emilio Tuñón. Un centro expositivo que terminó convirtiéndose en la culminación de su labor, permitiendo al público acceder a una selección de creaciones fundamentales de nuestro presente. Con ello se consolidó un hito en España, pues nunca se había donado un patrimonio de esta magnitud a una institución pública.


Siempre defendió las propuestas arriesgadas desde una posición clara: el arte debe incomodar, provocar y generar preguntas, y ningún debate político o moral debería condicionar su existencia. Hasta el último momento, Helga de Alvear continuó ampliando su catálogo, una acción que consideraba “una adicción incontrolable”, además de un ejercicio de descubrimiento y emoción. Y, con su fallecimiento, deja tras de sí un auténtico legado en su museo y galería; igual que una nueva manera de entender su profesión como imprescindible para configurar el capital cultural de un país.

Desde ROOM nos despedimos de aquella niña que compilaba piedras cercanas al río de su ciudad natal y que logró erigirse como una de las mujeres más revolucionarias del coleccionismo. “Una viciosa del arte”, como ella misma se definía, que consiguió hacer realidad su sueño: “seguir comprando hasta el final».