En 1964 René Magritte pintaba Le fils de l’homme, una obra que podría tratar sobre esconderse o sobre cosificar al individuo y despojarlo de identidad al colocarle a un señor con bombín una manzana en la cara. Así, el individuo pasa a ser el soporte de una historia y taparle el rostro, el mejor modo de deshumanizarlo. Los precursores del surrealismo otorgaron al objeto encontrado el don de la inutilidad: al apartarlo de su contexto adquiría una función simbólica que no dejaba lugar a las preocupaciones formales. El halo onírico que desprenden las obras de la artista holandesa Guda Koster tiene que ver con estos vicios de la fotografía surrealista, pero sus piezas no son pura evocación poética, ni sus objetos son aleatorios, ni sus propuestas pueden rechazar lo estético porque conectan directamente moda y arte conceptual.
Guda Koster modifica la figura humana ocultando su identidad con la ayuda de piezas textiles que ella misma diseña y confecciona. No tenemos claro si sus personajes están vivos o no. Los modelos podrían ser maniquís y los maniquís personas. Ella los llama esculturas y los incluye en instalaciones, performances y acciones callejeras o los documenta fotográficamente. De sus imágenes se intuye que la prenda no es el fin, ni tampoco el hombre-maniquí. La rareza que proyectan sus obras las convierte en un vehículo para hablar de un tercer elemento: una historia, un acontecimiento, real o inventado, impuesto por la autora o gestado en la mente de un espectador extrañado. Porque el trabajo de Guda es producto de un ejercicio reflexivo y sutil, incluso comprometido políticamente, alejado de la frivolidad atribuida con frecuencia al mundo de la moda. Koster cree en el atuendo como medio expresivo, pero traspasa los límites de la disciplina al poner sus creaciones al servicio de un conflicto. En neerlandés, kleding om over na te denken. Algo así como “ropa para pensar”.
