No nos engañemos: cuando a uno le hablan de una exposición de piezas de cristal o vidrio, no se imagina otra cosa que una colección de vasos, jarras y jarrones ordenados cronológicamente. Lo que el Corning Museum of Glass se trae entre manos, sin embargo, desborda por completo los límites de ese trasnochado concepto. En 2018 la propia entidad lanzó una convocatoria abierta a artistas y diseñadores —trabajen o no habitualmente con este material— para formar parte de la exhibición New Glass Now.
Más de 1.400 solicitantes de 32 nacionalidades presentaron sus proyectos, y únicamente 100 fueron seleccionados. Objetos, instalaciones, vídeos y performances en un simbólico intento de dar identidad artística a un elemento que tradicionalmente asociamos al objeto doméstico. Un festival de diversidad que abarca desde trabajos políticos, hasta exploraciones entre la alta tecnología y lo artesanal. Todo ello, en una hibridación de autores desconocidos y creadores cotizados.
En esta investigación de nuevos lenguajes, Monica Bonvicini ha colocado al cristal en el lugar que acostumbra a ocupar el cuero. Una bola de cinturones negros con la que la artista italiana cuestiona la sexualidad, el poder y el género. Frente a ella, Tomáš Prokop juega a los contrastes: lo fluido y lo rígido, lo frágil y lo flexible, la calle y la ventana. Para mirar de cerca el mundo, Jeroen Verhoeven sustituye la lupa por burbujas de jabón, consiguiendo un aumento de escala y a la vez delicados destellos oníricos. Este mismo ambiente contamina la obra de Lothar Böttcher: una pantalla de teléfono grabada con marcas del futuro y que funciona como un telescopio desde el que repensar el universo real —que no tecnológico—. Incómoda transición a la era digital que también vemos en The mirror man, de Stanislav Müller: un traje de espejos para camuflarnos entre lo que nos rodea.
La muestra, dirigida por Susie J. Silbert —comisaria del museo—, cuenta con otros nombres mayúsculos como Aric Chen, Susanne Jøker Johnsen y Beth Lipman. Una selección que no ha dejado de impresionar a todo aquel que ha cruzado las puertas del Corning Museum y que nos revela las posibilidades inesperadas de un material que, por herencia o defecto, solemos vincular, en el mejor de los casos, a las artes decorativas.