Aunar en un solo objeto belleza, comodidad y funcionalidad es complicado. Pero si además su forma imita a la estructura molecular del ADN con la finalidad de rendir homenaje a su descubridor, Francis Crick, la pieza resulta ser cuanto menos peculiar.
Lejos de convertirse en un prototipo industrial, el taburete Crick ha sido presentado en Mondo Galería en una serie numerada y firmada de diez unidades. En la exposición podemos apreciar la cuidadosa elección de una madera que, sin dejar de hacer notar su nobleza, muestra la sencillez y versatilidad de la pieza.
Un diseño milimétricamente ideado que integra las dimensiones ideales para sentarse cómodamente además de ser fácilmente transportable gracias a sus tres agujeros cual bola de billar. Lo pragmático de su discurso lo encontramos a la hora de apilarlos, donde sus anchas patas encajan a la perfección en las muescas del asiento.
Siglos de historia nos demuestran que la naturaleza y el ser humano son una fuente inagotable de belleza: la divina proporción, la espiral áurea, el modulor… Crick se convierte en un nuevo ejemplo de cómo fusionar con éxito disciplinas tan dispares como la ciencia y el diseño. Lo mires por donde lo mires, la arbitrariedad está fuera de esta ecuación.
Así que si alguna vez te has preguntado si no se han creado ya suficientes taburetes en el mundo, la respuesta del estudio de Pedro Feduchi es clara y contundente: “no es necesario un por qué para justificar una buena idea”.