Entre los últimos proyectos que siguen dando a Bilbao una identidad actual, se encuentra el edificio del Departamento de Sanidad del Gobierno Vasco, de Coll-Barreu Arquitectos que han diseñado una obra respetuosa con la sostenibilidad de una construcción pública y con el legado histórico del ensanche bilbaíno en el que se enclava.
En las últimas décadas, algunas ciudades españolas han recuperado terrenos de su trazado urbano; unas, como Valencia, ganándolo al río; y otras, como Bilbao, ganándolo a su antiguo tejido industrial. La ciudad vizcaína, además, ha sabido apostar por la diversidad de los proyectos y de los enclaves, sin dar una preponderancia notoria a un arquitecto en particular, aunque bien es cierto que Frank Gehry ha eclipsado todo lo que se construya a cientos de kilómetros a la redonda.
De cualquier forma, hay vida después del Guggenheim. Y entre los últimos proyectos que siguen dando a la ciudad una identidad actual, se encuentra el edificio del Departamento de Sanidad del Gobierno Vasco, de Coll-Barreu Arquitectos. El estudio fundado en 2001 lo conforman ahora Javier Coll-Barreu y Daniel Gutiérrez Zarza, que han diseñado una obra respetuosa con la sostenibilidad de una construcción pública y con el legado histórico del ensanche bilbaíno en el que se enclava.
Los arquitectos elaboraron su proyecto en el último solar libre en el centro administrativo y de negocios de la ciudad: una esquina entre dos avenidas dibujadas en 1862. La normativa urbanística de entonces esbozaba las grandes líneas de una ciudad en pleno auge industrial. El estudio decidió investigar estos requisitos e interpretarlos con total libertad hasta idear la estructura exterior: un gran volumen de vidrio poliédrico que parece integrarse o retraerse, según se mire, de la línea de los demás edificios. Esta segunda piel se conforma como un estallido de caras reflectoras que cambian el aspecto del edificio según el punto de vista, e incluso según la hora y la estación del año por la incidencia del sol.
Pero más allá de su fuerza estética, la estructura envolvente se ha concebido como un sistema con una funcionalidad propia: desechar el aire acondicionado tradicional y los falsos techos, utilizar la luz na-tural para iluminar el interior y reducir el impacto del ruido exterior. Los cristales irregulares semejan un juego cubista, un rompecabezas que implicó importantes dificultades técnicas al estudio, pero que los arquitectos superaron con destreza (y presupuesto).
La construcción contiene siete plantas diáfanas de oficinas, otros dos niveles destinados a usos institucionales y el torreón que alberga la sala de consejo. Todo ello permite concentrar en un mismo espacio distintos servicios y crear un lugar emblemático para Bilbao: una obra que derrocha la solvencia de la mejor arquitectura contemporánea.