Hubo unos días en 1983 en los que Madrid vivió un pequeño seísmo cultural. Y hasta el 21 de julio en el Museo Lázaro Galdiano, la exposición Warhol y Vijande recupera la visita de Andy Warhol a la capital española de mano de Fernando Vijande, el galerista que puso a Madrid en el mapa del arte.
Fernando Vijande y la Galeria Vandrés: el principio de todo
Franco llevaba ocho años muerto, la famosa movida había tomado la ciudad y el mundo miraba atónito la rapidez con la que la sociedad española parecía sacudirse de encima cuatro décadas de dictadura. Si Madrid ya era moderno —antes de que Warhol llegara a confirmarlo— fue gracias a personas como Fernando Vijande. La muestra en el Museo Lázaro Galdiano recoge imágenes de aquellos días en los que Warhol visitó España, además de Altered Images, la colección de retratos del artista. Sin embargo, detrás de Warhol y Vijande hay otros dos hombres: Makos y Suñol, artífices también de esta exposición.

Durante los años 70 y 80, Vijande —un personaje adelantado, si no a su tiempo, sí a su país— hizo más por la escena cultural y la proyección internacional de artistas locales que el propio Ministerio de Cultura. Sobre Fernando Vijande hay mucho menos escrito que sobre Andy Warhol, pero es una de las figuras clave de la historia reciente del arte en España. Hijo de la alta burguesía catalana, decidió llevar el negocio familiar de materiales de construcción a Madrid. En la capital, una cosa llevó a la otra y empezó a buscar antigüedades para amueblar las casas nuevas de sus clientes y, de ahí, pasó al arte. En el anticuario de la calle Don Ramón de la Cruz, reservó un pequeño lugar para presentar a creadores coetáneos que fue comiendo terreno a las antigüedades, hasta que finalmente fueron desterradas. El presente se impuso sobre el pasado y así se creó la Galería Vandrés.

Más adelante, Vijande abriría otra sede en la calle Núñez de Balboa con su propio nombre. El hombre detrás de su aventura artística era Josep Suñol, benefactor y amigo de la infancia. Suñol fue comprando los cuadros de la colección hasta que, un día, lo que comenzó como un pequeño mecenazgo de artistas emergentes se había convertido en una recopilación importante de arte. A partir de entonces, Vijande se centró en buscar piezas de pintores clave para dar coherencia y empaque a sus fondos: un Giacometti, un Picasso, un Warhol.

Andy Warhol y su paseo por el Madrid de la movida
Con un ojo siempre puesto en América, Vijande supo ver antes y mejor que nadie el potencial de lo que estaba ocurriendo a una latitud muy similar al otro lado del Atlántico. En plena movida, Madrid era un hervidero de ideas y personalidades. Una visita de Warhol con la excusa de una exhibición pondría a la capital española en el mapa. Y así fue. Es aquí donde las historias de estos cuatro hombres confluyen. Vijande compró el Mao más pictórico y experimental de todo el conjunto para Suñol y encargó su propio retrato al artista. Tiempo después, le propuso a Warhol exponer en su galería, quien accedió a hacer la serie Pistolas, Cuchillos y Cruces si se comprometían a adquirirla, aunque no se vendiera íntegramente.

El 7 de enero, Warhol aterrizó en Barajas con su jovencísimo amigo Christopher Makos. Pasarían nueve días entre Madrid, Segovia, Toledo, El Escorial y el Valle de los Caídos, dejando atrás cientos de fotos y documentos recogidos ahora en las salas del Museo Lázaro Galdiano. En esas instantáneas, vemos a un Warhol —paseando por aquel Madrid plasmado de tantas maneras— fuera de su hábitat natural, siendo recibido como una celebrity. Por aquel entonces, Roy Lichtenstein —uno de los máximos exponentes del arte pop— también estaba en la capital con motivo de su exposición en la fundación Juan March, que no recibió ni la décima parte de atención por parte de la prensa.

Las imágenes alteradas de Christopher Makos
En la zona reservada a las pinturas sobre mujeres del Lázaro Galdiano, se ubica la colección Altered Images que, junto con el vídeo Mario eating a banana y el retrato de Mao, completan esta muestra. El autor de las fotografías es Christopher Makos: el mismo que acompañó a Warhol en su viaje a Madrid y el cuarto hombre clave en este recorrido. Veinte años más joven que Warhol, fue bautizado por su amigo y mentor como el fotógrafo más moderno de América. Makos fue discípulo de Man Ray y en sus imágenes vemos a un Warhol travestido; mejor dicho, maquillado como una mujer, ya que la indumentaria se mantiene masculina. Makos nos enseña una visión de un Warhol mirando de frente a la cámara, con un gesto serio, distante, casi hastiado. Entre el poder y la indiferencia. Un hombre bello.


No podemos evitar reparar en la vulnerabilidad que siempre se oculta detrás del disfraz: su uso como armadura, la belleza como defensa y la frontera del género como arma arrojadiza. Observamos —mientras nos sentimos observados por el mismo Warhol— una voluntad de ocultarse y exponerse al mismo tiempo a través del maquillaje, como una versión mejorada del yo verdadero. Warhol no pretende ser una mujer, sino utilizar elementos característicos de la feminidad para embellecerse. Así es como Makos nos habla de trascender el género, de la liquidez de esta catalogación binaria de las especies, un tema muy presente en el debate social de hoy en día.


Solo por el contraste entre el espacio barroco y las fotografías en blanco y negro —limpias y rabiosamente modernas— merece la pena la visita. Igual que por la posibilidad de pasar un rato a solas con Mao. El más experimental y pictórico de cuantos salieron de la Factory.

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Hasta el 21 de julio en el Museo Lázaro Galdiano.