Creador inclasificable, el fotógrafo y artista Andy Goldsworthy ha hecho de sus intervenciones en espacios naturales el sello identificador de su obra. Sus piezas que destilan sencillez, delicadeza y rotundidad, son una crítica profunda a la actividad mutiladora del ser humano sobre su entorno.
Aunque ha desarrollado su visión del arte para museos como la Tate Modern de Londres, el MoMA de San Francisco o el madrileño Reina Sofía, una parte importante de la larga carrera de Andy Goldsworthy (Cheshire, Inglaterra, 1956) se ha ido construyendo en áreas naturales. Una trayectoria que se extiende desde la década de los 70, y que ya entonces estaba vinculada al paisaje. Su obra, totalmente inclasificable, ha buceado en las aguas del minimalismo, del povera o del arte conceptual, aunque de un modo generalizado es considerado uno de los máximos representantes del land art.
Desde su estudio en el condado de Dumfriesshire (Escocia), Goldsworthy nos cuenta cómo ve esta disciplina a lo largo de la historia. “La Tierra siempre ha estado en el corazón de la práctica artística, tanto si toma forma de pintura rupestre, como de pintura al óleo o en un proyecto de Leonardo da Vinci para desviar un río. El land art no es un movimiento o una tendencia. Siempre ha estado ahí y siempre lo estará”. Con afirmaciones como estas, no queda duda de que su trabajo está lejos de definiciones y lugares comunes que puedan limitar su libertad individual para crear. Por eso, cuando nos habla de sus influencias, Goldsworthy remarca que más que autores, son obras específicas las que han ido captando su interés. “Puede ser un cuadro de Paul Nash, o Leap into the Void de Yves Klein o la performance de Joseph Beuys explicando unos cuadros a una liebre muerta”.
Cambios climáticos y otras narraciones
El Ártico, Río de Janeiro, Moscú, las montañas de la Provenza, el desierto de México, las colinas de Escocia, la selva tropical de Queensland (Australia)… Los diferentes ecosistemas del planeta son su territorio creativo y en ellos encuentra los materiales con los que construye: piedras, maderas, arena, hojas, arcilla, hielo, agua, la luz del sol o incluso su cuerpo. Con ellos quiere llegar a la esencia y, como afirma este activista del paisaje, “la esencia es lo que yace en el corazón de un lugar”.
Su discurso parte de la tensión entre el hombre y el espacio salvaje. Hablamos de piezas realizadas in situ, concebidas mientras pasea descubriendo el lugar donde en un momento determinado decide crear. “Gran parte de lo que hago es profundamente personal, aunque también realizo encargos o proyectos en lugares públicos. Cuando se trabaja en áreas públicas, existe cierto desasosiego que tengo que aceptar. Estoy interesado en la presencia humana, pero no como espectador”.
En su investigación artística, el cambio climático y el progresivo deterioro del medioambiente como consecuencia de la actividad sangrante del ser humano han ido tomando cada vez más importancia. “Estamos al borde de un cambio dramático en nuestra relación con la costa”. Se refiere a la subida del nivel del mar, un problema que muchas ciudades costeras ya sufren y que se prevé de consecuencias catastróficas. “Con este tema tengo varios proyectos que están en una etapa demasiado temprana de desarrollo como para describirlos específicamente aquí, pero que reflejan esta incertidumbre de lo que pueda llegar a suceder”
De lo efímero a lo fotográfico
El carácter preeminentemente temporal de sus creaciones ha requerido siempre del soporte fotográfico (o videográfico) como medio con el que dejar constancia de ellas. Pero además de la necesidad de registrar y documentar, hay algo más, como él mismo afirma en el documental Rivers and tides: “La fotografía es un lenguaje a través del cual hablo y describo lo que hago, pero también es una forma de comprender lo que he hecho”. Es decir, una herramienta con la que explicar “las propuestas”. Conversando con nosotros, insiste en que se trata de una extensión del proceso creativo. “La fotografía no es el propósito o el objetivo de la obra, simplemente reacciona y responde ante ella”. Se trata pues de una documentación sistemática y a la vez performativa. No olvidemos que muchas de sus instalaciones matéricas van cambiando hacia su propia destrucción. Término, este último, que Goldsworthy matiza: “Hay momentos en los que los cambios que se producen son tan extraordinarios que creo erróneo describirlos como destrucción”. Más allá de sus palabras, se podría hablar del ciclo de la vida: sus intervenciones nacen, crecen y mueren. Y en esa evolución, la fotografía acaba convirtiéndose en una obra más, de tirada única, sin seriar y sin manipulación digital.
Generalmente sus propuestas se realizan sin público, en soledad. Y en ellas domina el compromiso privado y radical del artista con el mundo y consigo mismo como habitante de la Tierra. Pureza, franqueza o sublimación son sustantivos que nos ayudan a entender por qué crea de un modo constante, silencioso y siempre en comunicación con el hábitat. Cabe mencionar algunas acciones que se acercan a la performance. Por ejemplo, cuando el autor usa su propio cuerpo tumbado en el suelo en plena llovizna para dar forma a piezas con las que provoca la aparición de su silueta y su posterior desvanecimiento. Son momentos de introspección con los que se evidencia una actitud de respeto ante la vida y sus procesos.
Activismo y land art
Que vivimos un período de mayor concienciación medioambiental es un hecho. A gran escala es ya constatable la preocupación de los gobiernos, lo que se refleja en el intento de llegar a acuerdos, casi siempre fallidos, como son los tratados de Kioto, la limitación de las emisiones de gases invernadero, el control de los vertidos fluviales o el uso de energías renovables. A un nivel social, el reciclaje o el control del agua y del gasto energético son elementos que poco a poco han ido tomando más peso. En este contexto, Goldsworthy insufla energías políticas al ámbito del land art, y son numerosos los proyectos en los que anda embarcado en la actualidad. “Es un momento muy interesante e intenso en mi vida. Sé lo suficiente ahora como para ser capaz de moverme en un territorio desconocido. Tanto en mi obra efímera, como en mi obra permanente”.
El ser humano tiene la obligación de entender (y de respetar) nuestro entorno como un ágora abierta: un bien común que hemos de mantener como soporte último del bienestar de todos. Las intervenciones de Goldsworthy son un grito silencioso que exige ese respeto, esa comunicación rota, esa empatía necesaria. Sus propuestas configuran la mejor aportación para continuar despertando consciencias, además de mostrar la belleza efímera que emana de la propia naturaleza. |