En Pozuelo de Alarcón, el estudio Canobardin ha levantado su propio refugio: una casa-estudio donde lo laboral y lo íntimo conviven sin mezclarse. Entre patios, praderas y cubiertas amarillas, esta vivienda se convierte en una arquitectura del presente que escucha, filtra y acomoda la vida en todas sus formas posibles.
Casa-estudio: dos puertas para el mismo cuerpo
Para muchos arquitectos, construir para uno mismo puede ser una condena, pero para otros puede transformarse en una oportunidad, sobre todo si le preguntamos a Canobardin, el estudio formado por Bárbara Bardin y Julio Cano. En La Cabaña, un barrio de Pozuelo de Alarcón (Madrid), han erigido una casa tan discreta como un pensamiento que se ordena al hablar, y en ese mismo enclave, han levantado tanto su vivienda como su estudio. Dos volúmenes que comparten estructura, pero no horarios ni entradas; en otras palabras: un cuerpo arquitectónico con dos puertas distintas.

Basta observar cómo el armazón que contiene la oficina se alinea con la calle, una elección que oculta el espacio doméstico situado justo detrás. Esta disposición garantiza la privacidad y también organiza los flujos sin interferencias, ya que así uno puede acudir a la oficina sin alterar el ritmo de la rutina familiar. La residencia, de una sola planta, se deja abrazar por la pendiente ascendente de la parcela, que la protege como una duna silenciosa, y a medida que el terreno sube, los muros se entierran parcialmente. El centro del ambiente doméstico es un patio de luces que inserta la naturaleza al interior, un pulmón vegetal que da sentido al conjunto. Como en los hogares japoneses, el patio no actúa como una figura decorativa, sino estructural porque canaliza tanto la luz como la humedad.

La visión arquitectónica de Canobardin
La propuesta de Canobardin está pensada a través de importantes soluciones técnicas: el empleo de aerotermia por suelo radiante, el aljibe que recoge el agua de lluvia, los paneles solares ocultos tras parapetos blancos. Pero la voluntad estética se halla en los detalles mínimos: la losa pintada de amarillo que flota sobre la zona de estar prolongando el césped hacia el cielo, las celosías de cuerda de cáñamo que tamizan el sol de poniente o las texturas envolventes.


En el interior, la geometría se matiza con una atmósfera cuidadosamente tramada. A pesar de la contundencia formal del exterior, lo que se despliega dentro es un ambiente fluido, domesticado por la luz natural, la materialidad y los juegos cromáticos. No hay puertas marcadas ni transiciones bruscas porque las estancias se conectan por medio de curvas, filtros visuales y volúmenes intermedios. La utilización del color ayuda a delimitar combinando tonos crudos con acentos rojos, verdes y rosas; mientras que lo sinuoso aparece como un aliciente que suaviza, aportando una sensación onírica que se refuerza con el mobiliario: una mesa elíptica y sin vértices, bancos empotrados, un sofá que parece flotar o una cocina que se integra en la secuencia de usos.

A la manera de las Case Study Houses, Canobardin ensaya una posibilidad de futuro donde trabajo y vida pueden diluirse. Un proyecto que acepta la dualidad como principio compositivo para plantear una coexistencia en completa armonía.

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