Esta es una arquitectura religiosa repleta de alegorías, algunas metafóricas, otras más bien símiles bastante explícitos. Empecemos por una que destaca a simple vista: la diferenciación tan clara de dos niveles en el alzado. Trazando un claro plano horizontal de corte, el estudio de arquitectura de Múnich Meck Architekten divide en dos el pequeño edificio. Una base de hormigón realizado con molasa -un tipo de roca sedimentaria de la zona- y, por encima del nivel de uso humano, el divino: cuatro prismas juntos que se elevan al cielo, blanco prístino al interior y relucientes por fuera. Luego explico este resplandor exterior. De momento, se trata de una iglesia para el pecador, envuelto en la mundana materialidad del cemento y la roca, y coronado con la luz celestial que entra por las piezas de la cubierta. Luz que no está orientada al altar, pues este tiene muy poca importancia aquí. Incluso el crucifijo es muy discreto, como el que corona al exterior (con un gallo encima). La iluminación es para el que entra a orar.
Me explico. La entrada, que es también la zona para los niños, es la única parte con techo plano, el suelo del coro. Se avanza con esta ligera opresión hasta encontrarse bajo el más grande de los cuatro prismas truncados, con uno de sus planos inclinados en línea con el espectador. Uno levanta la mirada hacia el blanco vacío superior y se convierte al instante en protagonista del edificio. Ahora mire donde mire se abren huecos al cielo, a la plaza, al lago artificial. El espacio se expande en todas direcciones.
No hay simetrías. La planta cuadrada al exterior se convierte en un rectángulo al interior, cuyo eje central va paralelo a la inexistente cabecera que no mira al este. La clásica cruz de la planta se ha trasladado arriba. Los cuatro elementos geométricos que la componen se apoyan sobre una estructura con esta forma. Extrañamente, la disposición de huecos en las fachadas dibuja una esvástica, más propia de la religión hindú. Los referentes clásicos están un poco alejados.
En un deseo de no competir con una iglesia evangélica cercana, la escultural cubierta queda contenida, con las puntas cortadas y el campanario en un cuerpo anexo, bajo. Y sin embargo refulge. Está revestida con 15000 azulejos cuadrados, blancos, con una volumetría similar a la del propio edificio. Un alarde de materialidad etérea. Todo en memoria del padre Rupert Mayer, que lideró la oposición católica frente a los nazis en Múnich. Bien lo merece.
