Si el tema del amor es carne de cañón para músicos, el tiempo es el protagonista de quebraderos y cavilaciones de filósofos y artistas. El Conde de Volney relataba en su viaje a Egipto y Siria: “(…) estos mismos lugares, ahora desiertos, una multitud de vivientes los animaba en otros días (…)¡Ah! ¡cómo se ha eclipsado tanta gloria!…¡Cómo se han perdido tantos afanes! (…) ¿quién sabe, dije, si no será también igual dentro de algunos años el abandono de nuestras comarcas?”.*
El autor de Las Ruinas de Palmira plantea con esta última frase la posibilidad de que generaciones futuras observen nuestras ciudades hechas ruinas, lo que resulta cuestionable si uno considera que actualmente aquello que muere es automáticamente sustituido; e incluso, sin llegar a la fase final de la decadencia, es relevado por una alternativa más nueva o atractiva. El afán de renovación nos acompaña constantemente, lo que podría ser otra forma de hablar de la sed de novedades: renovamos a una velocidad que no permite el desgaste de todo aquello que nos rodea -ropa, aparatos electrónicos, etc.-, lo que acelera todo el proceso de consumo, que, si es bien recibido por la sociedad a la que va dirigido, marca un ritmo de progreso y evolución social, así como tecnológica.
Algo muy parecido piensa el artista neoyorkino Daniel Arsham, quien a través de la exposición “3018” muestra una colección de simulacros de objetos fosilizados, que colocan al público en una cápsula de tiempo futura en la que uno solo puede mirar atrás con añoranza y admiración por aquello que ya solo existe en el recuerdo. Materiales como el cemento, el yeso y la roca serán suficientes para recrear diseños reconocibles como el mítico coche DeLorean DMC-12 de la famosa película de los 90 Regreso al futuro o el gran personaje de animación Mickey Mouse.
La iconografía popular como elemento de confluencia en varias generaciones permitirá el reconocimiento de un abanico de público amplio en el objeto: la materialización del pasado recuerda al habitante del presente el progreso y la evolución, así como le rememora su procedencia al mismo tiempo que su identidad. Hasta el 21 de octubre en la calle 130 Orchard Street en Nueva York, la galería Perrotin será un espacio empapado de la mirada nostálgica al pasado, a la niñez y adolescencia de Arsham, al mismo tiempo que un collage de tonos neutros y montañas de “escombros” formado por cámaras analógicas, teléfonos viejos y una portada antigua de la New York Magazine.
