Un lugar junto a una costa de Taiwán entre resorts y parques naturales sirve de emplazamiento a Wandering Walls, una residencia para ocho ocupantes. El equipo de XRANGE Architects ha tenido que diseñar esta arquitectura brutalista de hormigón con un presupuesto ajustado y una mano de obra poco especializada. Un coloso que se ríe del paisaje.
Expresividad y monumentalidad de la arquitectura brutalista
Wandering walls busca sorprendernos con una apuesta clara por la expresividad brutalista del hormigón en una figura esculpida a través de muros que se apilan en tres plantas. Los arquitectos utilizaron este material porque ofrecía soluciones ante un presupuesto ajustado, una mano de obra poco especializada y un hábitat —el aire cargado de salitre de la costa— demasiado agresivo para otras posibilidades.
El proyecto se organiza con una estructura de paredes y losas que permite desplazar un nivel respecto al otro sin tener que estar demasiado pendiente de la posición de los apoyos. Esta decisión brinda un juego de volúmenes que sobresalen con la intención de generar cierto dinamismo en una fachada monumental. Como si trataran de aligerar —por encima de todo— el peso de una mole monolítica, de un edificio dentro de un menhir.
Puente de hormigón entre Taiwán y Japón
La labor no parece nada sencilla. El conjunto guarda una cantidad de usos realmente extensa que se apila en tres pisos diferentes de manera similar a lo que tuvo que hacer Tadao Ando en su casa Kidosaki (Tokio, 1982). Una construcción residencial que debía albergar tres viviendas, con la condición de que se vinculasen por medio de zonas comunes bajo el mismo techo. Ando consiguió encajar las proporciones de una propuesta más grande —un cubo de 12 metros de lado— en un barrio de casas bajas.
Aunque el contexto de Wandering Walls es bastante distinto, no presenta mucho esfuerzo por reducir este impacto: el volumen ni se entierra ni se deja arropar por la vegetación. El equipo de XRANGE Architects defiende su trabajo basándose en la aspereza matérica, y emplea un naturalismo orgánico que, de algún modo, debe conectarnos con un paraje salvaje.
De un acabado sin acabar del hormigón que se debe identificar con la corteza de los árboles, la arena del suelo o la textura de la roca. Pero, a pesar de esto, es muy complejo ignorar las dimensiones del coloso que han erigido, la forma que tiene de aislarse del entorno y la presencia que gana en lo más alto de la colina.
Es posible que el interés del promotor o de los arquitectos no se haya situado —en ningún punto del proceso— en hacer esta integración más amable, sino en buscar el protagonismo de la pieza cueste lo que cueste. Sin embargo, la imagen evidencia el resultado del planteamiento: la monumentalidad no puede competir con la del paisaje y el proyecto solo puede percibirse igual de decadente que un Versalles de hormigón.
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Es un edificio construido en la costa de Taiwán que alberga una residencia para 8 huéspedes. Recibe el nombre por los muros de hormigón de los que está construido.
Los arquitectos pensaron en una solución para la estructura, el cerramiento y el acabado que pudiera construirse con mano de obra poco especializada, se ajustase a un presupuesto reducido y resistiese las exigencias del viento con sal de la costa.