Tras ver la muestra que TBA21 organizó en el museo Thyssen-Bornemisza de Madrid a finales del año pasado, nos hemos quedado con más ganas de Tomás Saraceno. Antes de visitar su reciente exposición en el Palacio Strozzi de Florencia, hacemos un repaso de su obra: una combinación de ciencia, investigación y uso poético de las matemáticas.
Es 2019 y están a punto de comenzar las Engadin art talks de Zuoz, en Suiza. Mientras Saraceno se frota la nuca pensando cómo va a iniciar la charla, Daniel Birnbaum lo presenta ante el público con una anécdota: recordando las primeras conversaciones que mantuvo con él en una de sus clases. Había sucedido 18 años antes en Fráncfort, cuando Tomás se había inscrito en un posgrado en la Escuela Estatal de Bellas Artes y el propio Birnbaum era el comisario de la 53ª Bienal de Venecia. Ya entonces, Saraceno estaba convencidísimo de que quería aprender a construir en el aire. Decía que en Venecia todo se había edificado sobre el agua y que era el momento de encontrar otro elemento.
Lo que en un principio parecía utopía, con el paso de los años se ha convertido en realidad. ¿Qué es su trabajo actual sino una forma de transgredir la gravedad? Literalmente erige ciudades que flotan: Cloud Cities, o lo que a él le gusta denominar como “una posible futura existencia aérea”. Quien tuviera la oportunidad de visitar Düsseldorf entre el 2013 y el 2015 entenderá a lo que me refiero: bajo la cúpula de cristal del K21, se extendía —a 25 metros del suelo— una estructura transitable de 2 500m² repartidos en tres niveles. Una superficie de cables de acero, cuerdas de seguridad de alta tecnología y seis esferas de PVC con un diámetro de hasta 8,5 metros. Por supuesto, estoy hablando de In Orbit, exposición creada específicamente para ese lugar y comisariada por Marion Ackermann y Susanne Meyer-Büser.
“El proceso no es solo una parte del proyecto, sino el proyecto en sí”, dice el artista. Con ello se refiere también a la transición de una obra a otra. Sus ideas se expanden, se reconstruyen, hibernan, se reproducen y mutan hasta dar con un resultado más evolucionado, más profundo, con diferente estética y nombre. Durante el 2012 en el Hangar Bicocca de Milán, y coordinada por Andrea Lissoni, se adivinaba en On Space Time Foam la utilización del PVC como material predilecto, la división de la instalación en tres alturas y la concepción del aire como elemento protagonista. Bendita pieza transparente en la que uno ha de imaginarse tumbado en una nube, sobre los transeúntes; mirando hacia arriba —hacia el techo de la nave, que es el cielo— para no sufrir un ataque de acrofobia; soñando respirar limpio, pero atrapado al mismo tiempo entre las olas de plástico que te encierran entre un nivel y otro. “On Space Time Foam habla de cómo las personas conforman el espacio a medida que se relacionan entre sí. Lo crean con el peso de su cuerpo según transitan, al estirar y abrir el material».
Holocnemus pluchei
No mentiré al decir que me parece bien jugosa la entrevista que el Studio Tomás Saraceno tiene colgada en su propia página web. La periodista Filipa Ramos le hace cuatro preguntas que no podrían ser más sencillas y elegantes: ¿Qué es para ti el espacio? ¿Qué es para ti el peso? ¿Qué es para ti la gravedad? ¿Qué es para ti el ritmo? Suficiente para que él pueda desplegar toda una serie de metáforas que esclarecen el significado de su labor. “Concibo el espacio como un tímpano, como una membrana que vibra y que puedo escuchar. El universo podría estar compuesto de múltiples capas de membranas que vibran, como universos planos unidimensionales”.
En este punto es donde nace el mundo arácnido que tanto estamos acostumbrados a ver en la obra del argentino. En él asistimos a un ejemplo de ecosistema no humano; un rincón con la misma fuerza que un agujero negro que atrapa y fascina. Hablamos de otros modos de vida, de otras arquitecturas que están ante nuestros ojos y a las que no prestamos atención. El artista, sin embargo, observa a estos seres vivos con extrema admiración y lupa, para descubrir en ellos comportamientos, técnicas y otras maravillas naturales.
En 2018 inauguró On Air en el Palais de Tokyo, una recopilación de sus propuestas más emblemáticas. El trayecto se abría con Event Horizon (2007), una instalación sonora donde se ofrecía la oportunidad de escuchar las vibraciones producidas por una araña Holocnemus pluchei que había estado viviendo durante años en el propio palacio. Las sonoridades que hubieran podido tener lugar entre las telarañas se traducían en frecuencias audibles para los humanos a través de un altavoz. También estaba ahí Webs of At-tent(s)ion (2018) —escultura realizada por arañas— y Sounding the Air (2018), instrumento musical compuesto por cinco cuerdas de seda arácnida cuyo sonido era activado por movimientos casi inapreciables: las diferencias de temperatura, la respiración de los visitantes o el simple tránsito de la gente. De nuevo una invitación a extender nuestro conocimiento «más allá de lo que es visible”.
Para Tomás Saraceno, la tela como construcción supera a las arquitecturas hechas por el hombre —son más que humanas—; por ello las explora, juega con ellas y amplifica sus vibraciones como si fueran instrumentos musicales. Crea conciencia de los sonidos inadvertidos que nos rodean. O, mejor dicho: crea conciencia de todo lo que nos rodea. Trata de mimetizarse y mimetizar a los espectadores dentro del mundo en el que vivimos, de proponer alternativas de convivencia.
¿Cuánto pesa el aire?
Con Aerocene (2015), Tomás Saraceno imagina una nueva relación con el medioambiente en la que poder estar conectados con el aire sin contaminación. Este proyecto, que da una dimensión más performativa a su trabajo, ha tomado distintas formas: desde un globo que eleva sin combustible a un humano hacia el cielo, a esculturas aéreas —elaboradas con plástico reciclado— que son capaces de tomar fotografías, grabar vídeos y recolectar información atmosférica. Pero lo importante es el manifiesto creado, el significado rotundo que hay detrás: avanzar hacia una nueva época en la que, sin dañar el planeta, nos sirvamos de la tecnología para nuestro propio beneficio. Es más, Tomás lanza la propuesta y la registra en vídeo —como el que se ha presentado hace unas semanas en el Museo de Arte Kemper— para que todo aquel que no haya podido vivir los lanzamientos o experimentar los kits de aerocene-explorers tenga posibilidad de conocer la idea.
Entre Olafur Eliasson y Buckminster Fuller; entre Numen / For Use y Chiharu Shiota, Tomás Saraceno se vale de herramientas como la percepción casi invisible, la sensibilidad ultrasónica o las matemáticas poéticas. ¿Su objetivo? Hacernos conscientes de nuestro alcance en la Tierra, de nuestro estar-presentes-en-el-mundo. Tomás interconecta sus conocimientos de arquitectura, ciencia y escultura para demostrar que el hombre —el Antropoceno— no tiene por qué estar siempre en el centro de todo. Desde distintos puntos de vista, se dedica a generar debates, aunque con una constancia inaudita: ¿la manera en que actualmente vivimos en la Tierra es la mejor? ¿Es la única posible? ¿Es la más respetuosa? ¿Es la más inteligente?