Visionario y entusiasta, Thomas Heatherwick lidera el estudio de diseño que da forma a los sueños que aún no hemos tenido, pero que desearíamos protagonizar. Su campo de acción es tan amplio como su capacidad para reordenar espacios y configurar objetos. ROOM Diseño recorre su obra construida y repasa la filosofía que se oculta detrás de sus gestos creativos.
Aún hoy, que ya hemos visto aviones solares, alas delta o satélites en órbita, hay algo que nos fascina en las máquinas para volar de Leonardo da Vinci. Ese deseo infantil que se materializa de manera útil y directa, salpimentado de conocimientos de anatomía, biología e ingeniería. Y un anhelo (al menos, en ese momento) por lo inalcanzable. No son pocas las voces que comparan al genio toscano con el penúltimo enfant terrible la arquitectura inglesa. Thomas Heatherwick tampoco es arquitecto, él quería ser inventor, pero eso no se estudia. Hijo de una diseñadora de joyas y nieto de una creadora de estampados textiles, decidió formarse en el Royal College of Art porque veía más creatividad en artes y oficios que en arquitectura. En un inesperado primer salto mortal, terminó sus estudios diseñando un edificio. Pero no fue hasta hace dos años cuando consiguió inaugurar su primera construcción con escaleras y ascensores, un hub para la universidad de Singapur. Sin embargo, la arquitectura ha tenido un papel fundamental en su desarrollo profesional.
Ponerle nombre al problema
Con una curiosidad voraz por toda manifestación artística, artesanal o productiva, Thomas Heatherwick es incapaz de clasificar su trabajo en disciplinas estancas y separadas. Se considera, simple y llanamente, un diseñador 3D. Poco importa si el objeto a realizar es un frasco de perfume, el conducto de ventilación de un garaje o el campus de Google en Silicon Valley. Porque su primer paso para encontrar la idea siempre es el mismo: definir el problema a resolver. Ahí encuentra la chispa que enciende la mecha.
Paradójicamente, es lo que le reprochan sus detractores (y no son pocos, entre académicos y haters digitales): que resuelve problemas que no necesitan ser resueltos. Sin embargo, en este ejercicio, él encuentra la independencia necesaria para experimentar, libre de pretensiones y de estilos, y concebir un caramelo que deseamos devorar. Pone toda su energía y su entusiasmo sin límite al servicio de elementos atractivos, pero no vacíos de contenido. ¿Cómo? Evitando una estética pretendidamente racional y rigurosa, pero sobre todo rácana con el alma humana.
Con un planteamiento alejado de teoricismos abstractos, Heatherwick cree que actualmente subestimamos cómo las decisiones de cada diseño afectan a nuestra vida. Por eso pone en el centro de su trabajo la experiencia humana. Por ejemplo, cuando tuvo que dar forma al pebetero olímpico de los juegos de Londres en 2012. En esa ocasión, lo hizo mano a mano con el director de cine Danny Boyle, al que considera un “diseñador de momentos”. Conscientes de que nadie recuerda ningún pebetero, pero que casi todos recordamos el momento en el que el arquero encendió la llama en Barcelona 92, decidieron orquestar un espectáculo alrededor del instante en el que se prendía el fuego. Y que materializase la reunión de los países participantes. Cada uno de los 204 abanderados iba acompañado de un niño con una pieza de cobre diferente, que se ensamblaba en unos mástiles motorizados. Al prender fuego, se alzaban, replegándose como una flor por la noche. El conjunto resultante era espectacular. Al terminar los juegos, se envió a cada país participante su minipebetero. En él se podía ver la acción de dos semanas de fuego sobre la superficie de cobre. Historia, memoria y colectividad en un solo objeto.
Fabricar iconos
A pesar del número limitado de piezas que han logrado terminar, el estudio londinense puede enorgullecerse de haber ideado o redefinido iconos que representan a Gran Bretaña en el mundo. El ejemplo más evidente es el autobús de dos pisos de la capital británica, que hacía más de cincuenta años que no cambiaba. Con la intención de mostrar los valores de una sociedad no sólo en sus museos, sino en sus infraestructuras, lo hicieron más eficiente, más grande, más redondeado y dinámico. Así Morrisey podrá seguir cantando, con razón, sobre la mística experiencia que sería ser atropellado por uno de ellos.
Para representar a su país en la expo de Shanghái de 2010, Heatherwick disponía de la mitad de presupuesto que otros países occidentales, pero de toda la presión por colocar su pabellón en el top 5. Este reto incentivó su talento, llevándole a condensar todo su discurso narrativo en una sola acción. Una preciosista joya que ocupaba menos de un sexto de la parcela otorgada, y cuya imagen in situ no podía ser más irreal, como si fuese una visualización hecha por computadora. La sociedad botánica de Kew Gardens le proporcionó 250.000 semillas de plantas de todo el mundo, que embebieron en unas finas barras de acrílico transparente. Estas barras atravesaban la fachada y cubierta del pabellón en 60.000 puntos, dando forma a una textura peluda en el exterior y brillante en el interior. Una materialidad que, como siempre en sus obras, deseamos tocar con nuestras manos, sentir que es de verdad.
Atraídas por la poderosa fuerza de su imaginario, grandes empresas acuden a Thomas Heatherwick para que aporte improntas visuales contemporáneas a sus valores corporativos. Su primer edificio en Inglaterra, inaugurado hace apenas tres años, son dos invernaderos para Bombay Sapphire. Los volúmenes cristalográficos se estiran y ondulan en su cúspide, para conectarse con la construcción principal. En ella tiene lugar la destilación alcohólica, que genera un calor aprovechado para temperar los dos jardines, uno tropical y otro mediterráneo de dichos invernaderos. Sus surrealistas formas nos trasladan a un mundo fantástico digno de Alicia en el país de las maravillas, de Lewis Carrol. Alguien a quien, como Heatherwick, le gustaba plantear juegos con la lógica, la percepción y los sentimientos.
Diseñando lo extraordinario
Así se llamaba la retrospectiva que le dedicó el Victoria and Albert Museum de Londres en 2012. Un título que encaja perfectamente con las dos últimas obras que acaban de abrir sus puertas. El Bund Finance Centre, en colaboración con Foster and Partners, es un teatro en Shanghái que intenta reproducir los teatros tradicionales chinos, elevados y de escenario abierto. Sustentado tan sólo por dos grandes pilares, flota ligero sobre nuestras cabezas. Envolviéndolo, tres cortinas móviles de bronce simulan ramas de bambú que se desplazan, mediante una escultura cinética de una belleza inquietante.
Como inquietante es la belleza del gran hall del Zeitz MOCAA, el Museo de Arte Contemporáneo, instalado en un gran silo del puerto de Ciudad del Cabo. En un ejercicio casi de excavación arqueológica, han sustraído el volumen del silo existente como si fuera un grano, multiplicando su tamaño hasta convertir el vacío resultante en el verdadero corazón del museo. Un área que sirve de acceso a los más de 6.000 m2 de exposiciones. Este monumental espacio, de casi treinta metros de altura, tiene proporciones y expresividades catedralicias.
A menudo, las realizaciones de Heatherwick Studio son tan divertidas y placenteras que corren el riesgo de ser interpretadas como superficiales. Todo lo contrario. Son las que nos llevan a replantearnos nuestra visión del mundo y de nosotros mismos. Todo un logro para un profesional de su edad. Afortunadamente, él no se considera un sprinter, sino un corredor de largo recorrido, así que quién sabe por qué mundos nos llevara en el futuro. Los recorreremos, fascinados, de su mano.
