Pensamos en la ruina como un solemne vestigio del pasado, materia que inspira reverencia. Que debe ser intocable. “En la contemplación de las ruinas, el argumento se reduce al mínimo y deja visible en toda su amplitud el horizonte, el tránsito de las cosas de la vida; es el raro privilegio de que gozan y que es causa de su fascinación”, escribe María Zambrano en El hombre y lo sagrado.
Pero la escritora malagueña va más allá. “También las cosas gastadas muestran el paso del tiempo y en el caso de un objeto usado por el hombre algo más: la huella, siempre misteriosa, de una vida humana grabada en su materia. Un cepillo usado, un zapato viejo, un traje raído, casi llegan a alcanzar la categoría de ruina”. Esta observación, de alguna forma, nos ayuda a comprender cuál es la sustancia de esa otra materia arquitectónica que ha resistido y sobrevivido sin adquirir grandeza, pero que, como esas pertenencias desgastadas, son también signos de vida y tiempo.
Esta visión es la que parece haber movido al arquitecto Will Gamble a reivindicar la salvación de los vestigios de un edificio del siglo XVII que se encontraban en una parcela, donde también se levantaba un establo. La pareja que le encargó una ampliación de su vivienda solicitó que mantuviera este último y demoliera lo que quedaba del primero, que había sido en su tiempo una fábrica de pergamino.
Sin embargo, reconociendo el valor histórico de los restos de esa fábrica, Will Gamble les propuso mantenerla y destacarla insertando la ampliación de su hogar dentro de los viejos muros de ladrillo. “Esa fábrica había tenido una gran importancia dentro de su comunidad y, pese a su deterioro, posee aún un gran encanto estético. Jugaba un papel esencial dentro del carácter total del edificio, por eso nos pareció fundamental conservarla y exaltarla”.
Paradójicamente, ese elemento que se había querido descartar devino en fuerza motriz del proyecto, bautizado como The Parchment Works, y en el que se trató de conservar al máximo el carácter del establo y de las ruinas, dejando a la vista la mayor parte posible de éstas.
Exteriormente, la ampliación resulta un volumen de forma escalonada y de un piso de altura. ¿Sus claves? Priorización de la arquitectura del establo y de las ruinas, reciclado de materiales procedentes del lugar e incorporación de otros actuales. ¿El resultado? Una paleta de materiales antiguos y contemporáneos que logra poner con gran sensibilidad en un armónico diálogo.
El proyecto consigue una atractiva hibridación de épocas que satisface la necesidad de disponer de mayor espacio y, a la vez, ofrece un paisaje doméstico rico y acogedor, donde lo nuevo sirve para subrayar la pureza y las cualidades de “los huesos del edificio”.