La última propuesta de Didier Fiúza Faustino ha sido un estudio para su amigo, el artista Jean-Luc Mouléne. Cinco módulos llamados The Good, the Bad and the Ugly para albergar toda su actividad creadora.
La multidisciplinariedad de Didier Fiúza Faustino
El trabajo de Didier Fiúza Faustino se desarrolla en distintos soportes —arquitectura, diseño, escultura, espacios públicos—, pero gira siempre alrededor de la idea del espacio como extensión del cuerpo. Es autor, por ejemplo, de la silla transgénero Hermaphrodite E (2010) y de otra que se plantea “desafiar a la gravedad”, Love Me Tender (2010), ambos ejercicios extremos que cuestionan los límites del cuerpo y del lugar que este ocupa en relación con el territorio.

La monografía recién publicada por Lars Müller que recoge sus 25 años de trayectoria lleva el significativo título de Cuerpos inquietos (Disquiet Bodies), y la exposición que ahora muestra su obra en el MAAT de Lisboa —Didier es medio francés, medio portugués y tiene estudio en París y Lisboa— el no menos revelador de EXIST/RESIST. Su última propuesta es un estudio para su amigo, el artista Jean-Luc Moulène, y responde a esos mismos supuestos liminares: una arquitectura de mínimos, una construcción en medio de la campiña normanda que, en sus propias palabras, “desaparece en el entorno, como un edificio que no busca ser visto, solo usado”.


La coreografía de The Good, the Bad and the Ugly
Así viene a resumir el programa: “Jean-Luc cambia de actividad según la hora del día. De seis a ocho dibuja, a partir de las nueve hace maquetas, y así sucesivamente. Es una especie de coreografía, de un momento a otro, a otro, a otro. Así que mi planteamiento fue crear un espacio que se adaptara a sus idas y venidas”. Esa danza se resuelve materialmente en cinco módulos de cuatro metros de ancho, dispuestos en sentido sur-norte, que se desplazan unos respecto a otros y que, en su cara septentrional, rematan en grandes ventanales oblicuos y traslúcidos.

Un elemento transversal alberga el acceso y la subida a una entreplanta de 100 m2 que domina un espacio continuo, pero fragmentado, de 250 m2. El perfil sesgado de las particiones que trasdosan la forma exterior de los volúmenes, subraya el dinamismo sincopado de estos ámbitos, como si se movieran al ritmo de la jornada de Moulène.


Los bloques son cajas prefabricadas de estructura de madera fijadas a una losa de hormigón y revestidas de una membrana de goma negra mate e impermeable. Esa envoltura tensa y homogénea los convierte en sombras, los desmaterializa e invisibiliza, de modo que hay tres coreografías solapadas: la del trajín diario del artista, la de las modulaciones del interior y el baile deslizante de las cajas-sombra en el paisaje. Las dos últimas son proyecciones de la primera, pero todas son esquivas.

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