La última propuesta de TAKK nos traslada a una idea de belleza en equilibrio entre el rigor y la fantasía. Se trata de la Winter Bedroom (For a Big Grrrl), un iglú que la pareja ha construido con materiales reutilizados para su hija dentro del sitio donde TAKK habita y trabaja.
Afirma Siri Hustvedt que toda obra es siempre dos obras, la que ves y la que recuerdas. Y con ella me gustaría empezar a hablar de TAKK Architecture. Descubrí el trabajo de Mireia Luzárraga y Alejando Muiño en algún momento al final de la carrera. ¡Qué alegría! Me acuerdo de mi emoción ante su capacidad de anticipar preguntas con sus tecnologías blandas. El genio para enunciar una serie de lugares comunes a través de los cuales la arquitectura podía ser cuestionada. También el fracaso al intentar buscarles parentescos estilísticos o tipológicos.
Allí, en los esponjamientos de sus reformas domésticas, instalaciones, dibujos y maquetas, el ornamento ya no era delito. Sus creaciones versaban sobre las condiciones espaciales que precisamente desafiaban el espacio contemporáneo, de una alternativa para leer sus múltiples enredos. Recuerdo pensar que su anomalía nos haría libres.
Como radiografía de lo dicho, basta con verificar que su última propuesta —aunque no pretende componer ningún manifiesto— nos traslada a una idea de belleza en equilibrio entre el rigor y la fantasía de TAKK. Se trata de la Winter Bedroom (For a Big Grrrl), un iglú que la pareja ha construido para su hija dentro del sitio donde TAKK habita y trabaja. Realizada a partir de materiales reutilizados de proyectos pasados, su cúpula está revestida de tres capas de espuma colocadas sobre una estructura nervada de madera. Mientras, y a la manera de Adolf Loos —listo para disfrutarse descalzo—, la zona interior aterriza sobre el pelaje de una gran alfombra blanca que cubre la pared, el suelo y la escalera. Sobre ella, una cama y un cielo bajo el pequeño domo del iglú.
La virtud esencial de la intervención se esconde en esta bóveda de 3,5 metros de altura y tela peluda, blanda y blanca que es un universo de verbos para la pequeña: allí juega, dibuja, reflexiona, inventa, piensa, se esconde, bosteza, holgazanea, duerme, sueña, imagina…
Vuelvo a Siri Hustvedt y, pasados los años, la arquitectura de TAKK ya no es un recuerdo: ahora es un código visible, mutable. Su lenguaje no establece una relación entre intención y significado, sino que maneja significantes abiertos. Una arquitectura que parece no renunciar a su condición de ensayo, a estallar por encima de los deseos de enunciación: un cielo abierto.
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