Somme Café. La cafetería flotante de Kengo Kuma en Fukuoka

Kengo Kuma y la arquitectura de lo esencial

A menudo, cuando se escucha a arquitectos que han llegado a la posición de Kengo Kuma, es inevitable toparse con la incoherencia entre dichos y hechos. No es, sin embargo, el caso del japonés, ya que en sus declaraciones siempre se hallan los significados de los conceptos que después materializa en construcciones. Y podría decirse que lo están desde su claridad más literal y común, pero también desde el sentido que portarán esas palabras en el futuro.

La heterogeneidad en el repertorio creativo de Kuma es seguramente la evidencia más clara de la autenticidad de su pensamiento y del carácter incesante de su búsqueda. Siempre atento a la oportunidad de experimentación y conocimiento que puede aportar un proyecto, sea cual sea su escala, función, prestigio. Es muy revelador que un arquitecto con una carrera de alcance global, donde abundan encargos como grandes museos, torres o estadios deportivos, se embarque en propuestas de mínima escala, como una pequeña cafetería situada entre un aparcamiento y una pequeña zona verde.

Una estructura blanca y liviana, hasta el punto de sugerir una impresión de transitoriedad e incluso de intrascendencia. Aunque se revela, en cada uno de sus detalles, como un cuidadísimo ejercicio de arquitectura que refleja posibilidades de construcción segura, sostenible e innovadora.

Una cafetería que parece levitar

La descripción desarrollada por Kuma propone un tono poético: “Hemos diseñado una cafetería etérea, que parece estar a la deriva en una pequeña zona verde dentro de una gran ciudad. Envuelta en una malla, resplandece como un espejismo: un oasis flotando en medio de un paisaje urbano”. Una malla que origina la pérgola —envolviendo el volumen rectangular blanco que acoge el interior— y dota al armazón de una ligereza transparente y dinámica, singularizando la obra dentro de su entorno, pero sin erigirla como un personaje pretencioso dentro de él.

Esta estructura exterior —que da un giro contemporáneo a la arquivolta gótica— está compuesta por un marco de acero arqueado, que sostiene dicha malla, y otro en forma de rejilla que sustenta los volúmenes rectangulares internos. Y la función general es la de asegurar que, pese a su delgadez, el establecimiento tenga una resistencia total a los terremotos. Se trata de un ejercicio cuya construcción —y su posible ulterior desmantelamiento— implique un reducidísimo impacto medioambiental. La malla, por su parte, proporciona energía pasiva al filtrar la luz solar, reduciendo la necesidad de refrigerar artificialmente la temperatura del local.

Dentro, el espacio es amplísimo y se encuentra dominado por la luminosidad de las paredes, que cierran a la vista el paisaje del aparcamiento; también por la transparencia de las ventanas, que abren la visión a la zona ajardinada. La madera —material predilecto de Kuma—, interviene puntualmente en el mobiliario, otorgando atractivas notas de calidez y confortabilidad, preservando la sensación de gran amplitud y bienestar minimalista. Sin duda, destaca el volumen blanco donde igualmente participa la madera, que recorre el ambiente estableciendo la barra donde se atiende a los clientes.

Del arquitecto como autor al arquitecto como artesano

En una reciente entrevista, Kuma aludía a cómo el profundo cambio cultural que se ha operado en el paso del siglo XX al XXI ha incidido en la redefinición del sentido y la función de ser arquitecto. Afirmaba que hoy, en un tiempo donde aquellas jerarquías que marcaron el pasado se han diluido, el arquitecto debe volver a ser un artesano de los materiales, alguien que estimule una creatividad capaz de operar en esta nueva situación de libertades individuales. “Yo quiero ser alguien que estimule ese tipo de nueva creatividad.” Una afirmación que resuena en la propuesta de una arquitectura para el más directo presente que ofrece con este proyecto.

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