La TATE Modern londinense acoge un repaso histórico por la serie Solid Light de Anthony McCall. Un conjunto de instalaciones donde el público es el encargado de romper los trazos de luz para vertebrar la obra lumínica con el movimiento y la invasión de sus sombras.
Anthony McCall y el hallazgo de la luz
“Hay una grieta en todo. Así es como entra la luz”, cantaba Leonard Cohen en Anthem, un tema de múltiples significados: desde comenzar de nuevo a la singularidad del individuo ante el amor. Y, de alguna forma paradójica pero complementaria, Anthony McCall ha jugado con dicha grieta a lo largo de su trayectoria artística. En unas ocasiones, al estar presente en la creación del fogonazo que capta el instante eterno y, en otras —la inmensa mayoría—, dejando que fuese alguien desconocido quien acabase la obra: con su paso, con su silueta, con su manera propia de atrapar la luz hasta que el arte esté predispuesto a ser consumado.
Porque en la noción de tiniebla es también palpable y sólida la de claridad. Y con ese nombre —que funciona también como manifiesto— la TATE Modern de Londres celebra la carrera de un artista que ha buscado incansablemente aquello que solo él ve. Solid Light es una exposición sobre su serie homónima disponible hasta el próximo 27 de abril de 2025; una muestra donde el visitante es crucial para que el fulgor de las creaciones se haga o deshaga según su presencia, vastedad de sombras o el presumible hallazgo de su mirada.
La luz como juguete en la TATE Modern
El británico —aunque residente en Nueva York— es una de las figuras indispensables para entender la escultura y las instalaciones modernas, pues con Solid Light —la cual dio comenzó en 1973 con Line Describing a Cone— consiguió redefinir las posibilidades del género artístico en el terreno lumínico.
Esta exhibición en The George Economou Gallery nos plantea un estudio de la obra total de McCall: un incesante recorrido por los caminos de la luz, con la misma sensación que la de un niño que descubrió muy pronto su juguete favorito. De ahí que el museo no se conforme con presentar algunas de sus intervenciones —como Face to Face, Split Second Mirror III, Line Describing a Cone, Room with Altered Window o Leaving—, sino que deja que el público descubra la metodología previa, desde las memorias de sus piezas hasta sus experimentaciones en vídeo o fotografía sobre el fuego y su conquista.
“La luz es transmitida como algo tenue, débil y vacilante (…) creando el bello efecto de que es la propia noche la que ha sido decorada con polvo de oro”, escribió Tanizaki en su famoso ensayo El elogio de la sombra. Y en ese polvo de estrellas que somos —polvo, no estrellas— lo tridimensional se desplaza, asumiendo que las esculturas translúcidas son un diálogo entre autor y espectador, una inmersión en aquello que, desde la perspectiva adecuada, logra siempre asombrarnos.
Recientemente, en la MEP de París, Thomas Mailaender ha dilatado las fronteras de la fotografía contemporánea.
El edificio del Museo Nacional Británico de Arte Moderno, conocido como Tate Modern, es una reconversión de la antigua central de energía de Bankside, en la orilla sur del río Támesis, entre el puente de Blackfriars y el puente de Southwark.