Cada verano florece un nuevo artefacto arquitectónico en Kensington Gardens para ampliar temporalmente las Serpentine Galleries: Serpentine Gallery Pavillion. Un espacio para el arte contemporáneo en el centro de Londres. Zaha Hadid, Jean Nouvel, Daniel Libeskind o Toyo Ito son algunos de los autores que firman estos pequeños experimentos formales. ROOM Diseño hace inventario de 17 años de sensibilidades, investigaciones, seducciones y éxitos.
Mucho antes de la revolución francesa, hubo una reacción política y filosófica contra el absolutismo imperante en el país vecino. El modelo de paisajismo en Europa lo marcaba Versalles con su ideal canónico de jardín francés: geométrico, ordenado, simétrico y jerárquico. Pero en la Inglaterra de principios del XVIII comenzó a gestarse el tipo de jardín que dominaría durante todo el siglo. De inspiración naturalista, se escapaba de los rigores cartesianos creando románticos paisajes con múltiples visuales cruzadas que invitaban a un vagabundeo poético, más que a un paseo de cohorte real. Nunca faltaba una colina, aleatorios grupúsculos de árboles, una ruina, un estanque, un puente, y, habitualmente, un pabellón de inspiración oriental o romana que se conocía como follie o capricho. Una pequeña locura, diríamos hoy. Las londinenses Serpentine Galleries parecen retomar cada año este espíritu, liderando una libertaria reflexión artística y arquitectónica al encargar una construcción en sus jardines, que celebra la llegada de la época estival.
Muchas estrellas internacionales han tenido el honor de realizar su aportación para las Serpentine Gallery Pavillion: desde Frank O. Gehry, pasando por Daniel Libeskind, Oscar Niemeyer o Alvaro Siza. Los requisitos necesarios son no haber acabado ninguna obra en Inglaterra en el momento del encargo y el compromiso de completar la construcción en menos de seis meses, un tiempo récord para una arquitectura de investigación. Zaha Hadid diseñó el primer pabellón en el año 2000 y sus sucesores han intentado, año tras año, abrir nuevas fronteras conceptuales. Como si de espectaculares flores de verano se tratase, se implantan sobre el prado adjunto de la galería principal: una casita de té que James Grey West concibió en los años treinta. En la edificación temporal se desarrollan multitud de actividades paralelas. Desde los ya famosos Park Night Events, hasta fórums, charlas y performances.
Una de las bazas ganadoras con las que cuentan es su singular atractivo y su accesibilidad para personas que generalmente no acuden a museos ni galerías: ¡es gratuito! La codirectora de la galería, Julia Peyton-Jones, explica que la idea es aumentar las opciones ofertadas al visitante: jugar, sentarse y charlar, disfrutar de la sombra o del fresco de la noche… Es una experiencia en pleno centro de Londres, como si se tratase de una plaza de pueblo mediterráneo. O africano, como precisa el autor de este año, Francis Kéré, que ha creado un árbol alrededor del que sentarse a escuchar lo que nuestro interlocutor tenga a bien decirnos. La propuesta, heredera de la tradición oral de su Burkina Faso natal, acoge, entre otros eventos, un encuentro gastronómico transcultural: el Radical Kitchen.
Equilibrio de opuestos
Muchos de los proyectos juguetean entre el arte y la arquitectura, difuminando las fronteras interior-exterior. Desde una gran apertura, tanto visual como espacial, invitan a apropiarse del lugar y entrar en contacto con la naturaleza exuberante de los jardines, como ideó en 2013 el tokiota Sou Fujimoto con su nube artificial. Formada por miles de barras de aluminio organizadas sobre una férrea malla ortogonal, esta diluía sus vaporosos límites invitándonos a encontrar nuevas maneras de colonizar sus espacios. O como intentó el danés Bjarke Ingels el año pasado, con una estructura que quería ser heredera de las ideas de Lewerentz, para el que la repetición de un elemento ordinario genera un conjunto extraordinario. Sin embargo, la monotonía de la composición, así como una atención pobre al detalle dieron lugar a una pieza decepcionante. El único que se ha desmarcado del carácter abierto y contextual es el maestro suizo Peter Zumthor, que decidió crear en 2011 un hortus conclusus, un jardín cerrado como protagonista. La arquitectura que lo envuelve se vestía de sombra para cobijarnos, dando la espalda al entorno. ¿El objetivo? Crear un “tipo”, una obra icónica que pudiese estar en cualquier lugar, ya que lo único que cambiaría serían la flora, la calidez del sol y los cielos estrellados recortados por el alero del tejado.
Hacia una nueva monumentalidad
Proyectos de este tipo ponen en cuestión multitud de conceptos como la utilidad de los propios edificios, o la capacidad del arte y la arquitectura para liderar cambios en la sociedad, al llevarnos a terrenos aún inexplorados. Por eso, es importante que se manejen de manera simultánea todo tipo de escalas, desde las más cercanas o táctiles, hasta las más monumentales. Quienes mejor han sabido combinar dichas escalas a lo largo de su trayectoria son, sin duda, los suizos Herzog & de Meuron, que en 2012 ejecutaron una poética construcción en colaboración con el artista Ai Weiwei. Tomando como leitmotiv no generar un nuevo objeto, fueron excavando el solar en un ejercicio de arqueología contemporánea. Descubrieron y mantuvieron los cimientos de los once montajes anteriores y envolvieron el terreno y los “tesoros” encontrados con un revestimiento de corcho. Este absorbente acústico natural, agradable y cálido al tacto, dotó al conjunto de una abstracta uniformidad como si fuera una moderna caverna platónica. Un gran plano de agua flotaba sobre las cabezas de los visitantes, protegiéndolos de la intemperie y reflejando las copas de los árboles.
El estudio madrileño Selgascano es, hasta la fecha, el único equipo español que ha construido en Kensington Gardens. Su espectacular propuesta de 2015 fue toda una explosión sensorial. Una armada de diferentes pórticos de acero tubular se cubrían tensando entre ellos un extraordinario material ignífugo: el etileno-tetrafluoroetileno. También conocido como ETFE, en manos del estudio madrileño generó una experiencia lumínica excepcional por su capacidad para ser parcialmente transparente y parcialmente reflectante, gracias a su brillo irisado que cambiaba en cada segundo del día, con cada variación del sol, con cada leve brisa. De noche, inundaba el jardín de una cálida luz multicolor como una lámpara china. Otro logrado ejemplo de nueva monumentalidad.
Sweet dreams are made of this
La materialidad empleada es a menudo uno de los temas centrales de estos pabellones, como en el caso del vaporoso toroide que construyó en 2014 el chileno Smiljan Radic. Buscando reproducir la textura de la maqueta en papel maché, Radic empleó fibra de vidrio reforzada para realizar un cerramiento fino como una hoja de papel, en claro contraste con los grandes bloques de piedra sobre los que se asentaba. Igualmente ligera fue la elegante cubierta de aluminio creada por SANAA en 2009, que reflejaba el entorno, hasta casi desaparecer en una clara metáfora de la libertad. Tan solo Jean Nouvel se atrevió a emplear elementos constructivos que podríamos tildar casi de banales. Unos vastos toldos enrollables de color rojo daban cobijo a un café y a otras actividades.
La propuesta del artista islandés Olafur Eliasson, en 2007, jugó con la percepción gracias a una doble rampa enroscada sobre sí misma. En su interior tuvo lugar un maratón de 48 horas explorando la arquitectura de los sentidos. Fue, además, una de las pocas intervenciones que se basó en la verticalidad, como hizo también Rem Koolhaas el año anterior, al instalar una burbuja hinchable sobre un cilindro de policarbonato. En este caso, alojó, entre otras muchas acciones, 24 horas de entrevistas que indagaban en las visiones que artistas, escritores, filósofos, economistas, cineastas y políticos tienen sobre las distintas capas ocultas que conforman Londres.
Estas construcciones, como ligeros divertimentos, parecen a menudo locuras inofensivas. Pero algunas pueden detonar poderosas cargas de profundidad con sus innovadores conceptos estructurales. De su desarrollo se encargan a menudo ARUP, los ingenieros más creativos del planeta. Estas tecnologías, en las manos adecuadas, pueden generar pequeñas (por el tamaño) obras maestras, como ocurrió en 2002, cuando Toyo Ito ideó una envolvente que ha sido impunemente fusilada en las décadas siguientes: desde banales centros comerciales de extrarradio, hasta el estadio olímpico de Pekín. El proyectista japonés encontró el equilibrio perfecto entre imaginación y medios arquitectónicos, en un sutil trabajo de precisión y poesía. Por eso, en estos tiempos de grandes beneficios y pocos riesgos, es un acontecimiento poder dedicar esfuerzo a la experimentación por senderos aún sin transitar. Estos generosos visionarios nos anticipan las emociones que nos esperan.