Usar las piernas de un hombre como portavelas puede no resultar una imagen extraña. Cuando vi por primera vez los medios cuerpos de Robert Gober, me resultaron familiares. Pensé en ese apego por atribuir a lo humano actitudes objetuales y suponer vida en los objetos cotidianos; ese apego también por la fragmentación del individuo y el desmembramiento de su anatomía. Pensé en cómo estas formas imposibles han sido una constante en las imágenes vertidas por el arte, el cine o la publicidad en los últimos años.
De todo esto debió ser precursor Robert Gober, no solo por irrumpir en un panorama escultórico dominado por la abstracción y el conceptualismo en los años 80 norteamericanos, sino porque ya en sus primeras piezas, donde ni rastro había de la figura humana, se intuía un desconcertante interés por el sujeto contado desde el objeto: un repertorio de sumideros fabricados entre 1983 y 1986 que parecían presentar a diferentes individuos tratados como auténticos personajes minimalistas y sucios.
Con esta serie arrancó la retrospectiva que bajo el título The Heart Is Not a Metaphor dedicó el MoMA de Nueva York a Robert Gober. A lo largo del recorrido, los objetos cotidianos evolucionan hacia esculturas híbridas cuyas lecturas se tornan más complejas. Al igual que en sus instalaciones, los elementos se suman para formar una especie de jeroglífico: un acertijo en el que el cúmulo de significados correctos desembocaría en la historia contada. Como ejemplo, la instalación Sin título: vestido de novia, arena de gato y papel de pared con serigrafías de hombre negro ahorcado y hombre blanco dormido.
Es necesario aclarar que Gober es escultor. No recolecta objetos encontrados, los reproduce. Cree en el valor añadido del proceso manual. Desde una perspectiva intimista, incluso autobiográfica, aborda problemáticas sociales y culturales de la historia reciente de su país. Si desciframos correctamente aquellos jeroglíficos, encontramos alusiones al racismo, a la discriminación sexual, a la aparición del SIDA o a los atentados del 11S. La obra de Robert Gober es una revisión de lo aparentemente superado y una alarma que avisa de traumas futuros. La insistencia de sus papeles pintados supone una práctica perturbadora contra lo obviado.