Diseñado por el estudio Rafael de La-Hoz, este observatorio de la fauna local en las dehesas de Los Pedroches (Córdoba) recupera la “bóveda de rincón”. Un elemento de la arquitectura vernácula en decadencia con el que se realiza un ejercicio íntimo y personal a diferencias de las grandes escalas corporativas a las que este arquitecto nos tenía acostumbrados.
Un observatorio de la fauna entre las encinas de Los Pedroches
No suele darse que los arquitectos elijan el emplazamiento de sus edificios. Sin embargo, Rafael de La-Hoz recorrió pacientemente la comarca de Los Pedroches —al norte de la provincia de Córdoba— hasta encontrar un claro entre las encinas, en una meseta elevada sobre un vasto territorio con la sierra de Alcudia al fondo. El sitio ideal donde plantar un rectángulo de 52 x 40 metros y alzar en él discretamente, sin molestar, este observatorio de la fauna autóctona.
El arquitecto cordobés estaba familiarizado desde niño con este paisaje interminable de dehesas de uso agrario y cinegético. También con su arquitectura popular, caracterizada por el empleo de la cúpula de rincón: unas bóvedas de arista elaboradas históricamente con la piedra del lugar para evitar esquilmar la escasa madera de las encinas. El frescor de su inercia térmica ha garantizado siempre tanto la habitación confortable como el almacenamiento de grano y alimentos.
Este elemento tradicional es “una especie en riesgo de desaparición ante la agresiva invasión de nuevas técnicas constructivas tal vez más rutinarias, pero también más intrascendentes”.De La-Hoz se propuso recuperarlo en una paradoja sostenible que él enuncia así: “La irónica suerte de una arquitectura en riesgo de extinción al servicio de una naturaleza sin amenazas”.
Las bóvedas de Rafael de La-Hoz
Sobre la plataforma, estrictamente determinada por la dimensión del claro, se dispuso el rectángulo generado por una red de bóvedas de 6 metros de lado y 4,5 de altura, dos corredores de distribución en dirección norte-sur y dos patios. Nada más: naturaleza gentilmente adensada, interpretada y acompañada por la geometría y la proporción.
Las cúpulas de rincón suelen revestirse de teja árabe, pero el arquitecto deja aquí visto su extradós, de modo que su oleaje prolonga y reverbera el de las copas chatas de las encinas que dibuja el skyline de la dehesa, por así decir. Ejecutadas en hormigón compuesto con áridos de la zona, este se vierte in situ con una sola cimbra metálica, realizada por un taller local. El interior, continuo y fragmentado a la vez, puede leerse desde fuera gracias al sabio juego de aperturas y cierres que deja percibir el efecto de la luz en el espacio.
Llama la atención esta obra íntima y autoral de un arquitecto habituado a grandes proyectos corporativos. Un trabajo personal que entraña la tradición, desde las arquitecturas populares a la Mezquita, incluido el homenaje larvado a la “proporción cordobesa” 1.3, que tanto estudió Rafael de La-Hoz padre en el siglo pasado.