En la sierra de Yungay, Chile, se levanta el Pabellón Rosa de Pezo von Ellrichshausen: una reflexión sobre la esencialidad del refugio humano. Un volumen de hormigón que se eleva sobre cuatro pilares, ofreciendo una conexión absoluta con el entorno natural a través de paneles de vidrio.
Del estilitismo a la arquitectura pura de Pezo von Ellrichshausen
Los croquis fauvistas dibujados por Pezo von Ellrichshausen para este proyecto recuerdan a las estructuras concebidas para los estilitas, aquellos primeros monjes cristianos que llevaban su fe al radical extremo de vivir en lo alto de una columna. Porque hay una voluntad ascética en este refugio solitario en la cima de una colina boscosa de Chile: un armazón que, en su mínima conceptualización y materialización, crea un habitáculo donde poder ver el primer paso de la arquitectura. La más pura, primigenia y arquetípica esencialidad del acto de construir un lugar donde habitar.
La plataforma cuadrada desarrollada por el tándem chilenoargentino queda elevada del terreno mediante cuatro gruesos pilares. Una única sala con una chimenea en su centro de gravedad surge bajo esta cubierta rígida y rigurosa, realizada —al igual que el resto— en hormigón. El orden dictado por los citados pilares introduce, sin embargo, la presencia del otro material en esta casa de 40 m2: los paneles de vidrio. Fijos unos y deslizantes otros, hacen que el edificio quede por entero —visual y espacialmente— conectado al paisaje natural. Una absoluta transparencia que, en palabras de los arquitectos, hace que pueda ser leído “como una cabaña carente de interioridad”.
Un volumen de hormigón en el paisaje de Chile
Solo la escalera monolítica emplazada en una de las esquinas presenta una variación sobre la regularidad de la obra. Es un bello volumen sólidamente esbelto que simula haber sido modelado más como imagen conceptual que como componente funcional. A través de ella se llega a la azotea, donde la chimenea —ese simbólico espacio para un estilita— se convierte también en poste de un reloj solar “para el registro imaginario de un tiempo circular”, nos dicen sus autores.
Reconociendo la gran potencia conceptual de este pequeño pabellón y la fuerza que condensa su reducción a lo imprescindible, se diría que Pezo von Ellrichshausen prefieren entregar el sentido —y el bienestar— de esta casa a la versión más primaria y atemporal de un refugio. “Más allá de cualquier metáfora, el esfuerzo de subir la colina —al menos para un peregrino extranjero— se debería compensar con una reunión íntima junto al fuego”, escriben los arquitectos. Porque con el Pabellón Rosa, homenajean inequívocamente la dimensión sagrada del fuego como origen del hogar y principio primero de la arquitectura.
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