Chateau La Coste acoge hasta el 23 de septiembre Pierre Paulin Program: Des idées courbes, des formes libres, una exposición sobre Pierre Paulin conformada por una serie de muebles diseñados en los años 70 y llamados a cambiar nuestra relación con el espacio.
Los muebles de Pierre Paulin que vieron la luz
El Chateau La Coste fue la última obra del célebre arquitecto carioca Óscar Niemeyer. Diseñada en 2010 —dos años antes de su fallecimiento—, esta acabó siendo inaugurada el pasado año: una edificación cuyo autor no vivió para ver terminada, algo muy similar a lo que le ocurrió a Pierre Paulin con los muebles que se exhiben precisamente hasta el 23 de septiembre en ese espacio.
Paulin estudió diseño en Francia —inspirado por su tío Georges Paulin— y asimiló rápidamente las formas y los conceptos de la tradición escandinava. A lo largo de su trayectoria, produjo algunos de los muebles más icónicos y rupturistas del siglo XX, trabajó para grandes editoriales y cosechó mucho éxito durante su vida. Sin embargo, en 2009 poco antes de morir afirmó en una entrevista que su mayor arrepentimiento fue no fabricar una serie de mobiliario que esbozó entre 1972 y 1979. Y años después, a través de la marca Paulin Paulin Paulin, su familia decidió materializarla. De hecho, la comisaria Lyna Ahanda ha sido la encargada de reunirlos en la exposición de la temporada dentro del contexto del Chateau La Coste, que —como hemos adelantado previamente— se trata de otro hito póstumo del siglo XX. Y si la obra de estos dos titanes ya es una garantía, la combinación de entorno, contenido y espacio es sublime
Mueble y arquitectura. Pierre Paulin y Óscar Niemeyer
Ubicado al sur de Francia y muy cerca de Aix-en-Provence, Chateau La Coste se halla en medio de un viñedo, un pabellón de cristal diáfano, un auditorio con capacidad para 80 personas y rodeado por un estanque que reproduce la vegetación del paisaje. Las formas orgánicas características de Niemeyer hacen que el pabellón curvilíneo aparezca casi como una suerte de hongo a gran escala que brota entre pinos y viñedos. Con ello, Niemeyer buscaba integrar la construcción en la naturaleza y entablar una interacción entre luz y reflejo. En otras palabras: quería hacer un edificio donde el visitante formará parte del contexto, evitando la dicotomía interior-exterior y naturaleza-arquitectura.
Paulin, por su parte, diseñó esta colección con un planteamiento poco común en la industria del mueble. Sus piezas eran de grandísimo formato, modulares y de contornos completamente orgánicos, lo que hizo que Herman Miller se negara a desarrollarlas por la poca rentabilidad que podrían tener.Paulin pretendía formular una aproximación arquitectónica con estos diseños; distribuir y transformar las estancias con flexibilidad dependiendo de las necesidades o el estado de ánimo de sus dueños. Todo para dividir los ambientes o cambiar la función de una sala completa para adaptarse a los requerimientos de quien la habita.
Niemeyer, desde la arquitectura, y Paulin, desde el diseño, traspasaron constantemente lo que consideramos —o al menos se consideraban hasta ese momento— los límites de ambas disciplinas. Dos grandes genios que no se conformaron y se rebelaron ante la geometría imperante y los materiales que tenían a su disposición para dar lugar a técnicas nuevas. Esta muestra reúne justo esto: el espíritu rupturista y aún presente de los creadores de aquella época. Un encuentro entre dos iconos cuyos trabajos tienen mucho que decirse porque hablan el mismo idioma, el idioma de la vanguardia o el idioma de lo que es imposible y al final acaba siendo.
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Cerca de Aix-en-Provence, al sur de Francia.
Hasta el 23 de septiembre.